El presente texto, que reproducimos íntegramente, se publicó por vez primera en el catálogo de la exposición El espacio privado, celebrada entre los meses de octubre y diciembre de 1990, en el Centro Nacional de Exposiciones (Madrid), y cuyo comisario fue Luis Femández Galiano.
A Coral que es de aire
Antonio Flores in memoriam
EL sol caía del otro lado de la Alcazaba. Descendían las nubes como interminables pájaros de fuego más allá de las cuevas de Las Palomas. Todo es puro espacio de la mirada que, en realidad, no existe, sino que resulta una invención de los visibles. Generan éstos la pupila. Se ven en ella. Espejo. No nos ven a nosotros. Somos sus invisibles. Y nada hay en este espacio, sino fuego y líneas de color extremado, la ligereza aérea de las formas que el viento da al animal celeste en este instante inmóvil, súbito, quieto, suspendido de su sola luz. Un pájaro se posa en la quietud total del propio vuelo, como si desde éste contemplara el sacrificio solar tan lento y silencioso. ¿Cómo podríamos emularlo sin garganta, sin pulmón, sin plumaje? Quisiéramos crear una palabra, una sola palabra, que fuese igual a este espacio quieto e infinito donde, sin embargo, el mundo muere y nace al otro lado de su propia imagen. Cataclismo final. Teología de la luz celeste. Hemos seguido el sol desde hace mucho, desde el comienzo de los tiempos, dicen. Lo hemos seguido. Se va más allá, del otro lado de sí, se sume en el costado opuesto de la luz, herido por la lanza. Cáliz, este espacio de fuego, grial de sangre, donde humillo mis fauces. Inexhausto. (más…)