«El salón del Sanatorio estaba en el sitio de honor, daba de la casa al jardín. Desde sus balcones, las noches de verano, veíamos la hermana Pilar y yo los fuegos de la Guindalera o la salida de la luna. Se convertía en dormitorio cuando el Obispo de Coria venía a Madrid, a dormitar en el Senado, o cuando la Condesa de X venía de Córdoba a que le arreglaran la vejiga averiada. Entonces le ponían las hermanas una cama pintada de laca celeste, silla de lo mismo y colgaduras granas, y la trinidad antes dicha seguía presidiendo el ronquido de la parte animal –casi toda– del Obispo y los sobresaltos de la Condesa jamona». (más…)