Venus del mar de tierra de Castilla, apareciste en mi enconado pensamiento del empolvado retorno (¡mareante simón feo!), blanca, mate, acabada de subterráneos siglos; perla fresca sobre una loma que daba a un abismo; levantada tu dura desnudez a la vida (volaba mi futuro manto blanco) como en una sólida ola permanente. Eran realidad tus alcázares posibles, hermosas fábricas de piedra, lisos, netos, sencillos, sin esa menuda falsificación catalana que recoje el polvo; vencedores por adustez, por noble jeometría, por purísima y fuerte dignidad. ¡Qué bello todo, al fin; y nosotros (para siempre) qué felices! Subimos abrazados a una ancha torre, a tomar el aire del anochecer de la primavera que venía. Castilla paradisíaca y definitiva se perdía en el ocaso, en serio, dichoso, inmenso oleaje de lomas grises, violetas, azules; con un sol último de primitiva plata, que le derramaba (rompiendo las grandes nubes, en lenta fuga, del montón antiguo) una cristalina eternidad crepuscular. (más…)