«Todo hijo de vecino padece sus defectos y una de mis rémoras menos curables es que el arte y la literatura coetánea me aburren soberanamente y la novela aún más. El dramaturgo Fernando Arrabal fue una de las personas que mejor supo tratar esta enfermedad mía porque logró aunar conocimiento, emoción y diversión en sus obras. Aunque la gran mayoría que lo reconoce pero no lo conoce cree que vive en Babia, realmente habita en Babilonia. Y a este mago de las letras, con quién comparto su secreta admiración por Ramón, algún día se le caerá la máscara que tan magistralmente cultiva y se le equiparará, ya sin remilgos, con Coward, Pinter o Fo». Con estas palabras, el escritor Federico Utrera reúne en el último volumen de su primer tomo del «Cordel de Extraviados» sus contornos –por no decir arrabales y caer en la redundancia– y milagrosas vivencias en torno a la literatura.
«Guardo para mi recuerdo aquel día en que Madrid estrenó simultáneamente el “Fando y Lis” de Arrabal, “La cantante calva” de Ionesco y “El invierno bajo la mesa” de Topor y la magia pulmoníaca del teatro hizo que disfrutáramos juntos una inesperada fiesta pánica que concluyó sin él pero entre su liga de admiradores y amigos con unas copas de más, rondando con nocturnidad y alevosía al Mirto houellebecquiano en los arrabales del barrio de Chueca», añade el autor.
Más adelante se confiesa: «A Michel, sin embargo, lo conocí antes en Lanzarote a través de su libro homónimo. Fue él quién me reconcilió algo con la escritura contemporánea, siguiendo la más que digna tradición de Robbe-Grillet. Su máscara posterior no fue escénica sino mediática y temo que esto se lo haya contagiado su amigo español. Mis desencuentros, y no sólo lingüísticos, –en París, León o Almería–, con este tímido y huidizo escritor al que tanto admiro, no disminuyen en nada mi interés por los otros géneros que toca –poesía, música, ensayo, videoarte, cine– y el hecho curioso es que leyéndolo a él entendí más la literatura de Arrabal, y en clave de FA, interpreté mejor la partitura de MH».
Y concluye: «Las últimas “Disidencias” que cierran este libro abarcan momentos que gracias a sus autores nunca olvidaré: ver emerger el Teide entre un mar de nubes desde la cumbre de Tejeda, como moldeado por un dios niño desde el cielo, me produjo tal arrobo que me turbó el ánimo, tal y como le sucedió a Unamuno en el mismo lugar de Gran Canaria. Hasta Zugarramurdi (Navarra) llegué con mi amigo Márquez Grau buscando las brujas de Caro Baroja, pero no nos atrevimos a franquear su casa en Vera de Bidasoa por si nos disuadía de la creencia, ya que habíamos entrevistado a una que se decía tal. Mi entrada en la Real Academia Española de la Lengua, a hurtadillas y por la puerta de atrás, la hice de la mano del filólogo Manuel Alvar, que en lugar de un incómodo sillón me brindó un confortable sofá para conversar con él. Queden para mi memoria aquellos recuerdos que me animaron a incluir estos artículos».
Índice:
– Cartas y viajes de FA
– Ópera Paradisíaca
– Arrabal erotic
– Dios Arra Baal
– El Laberinto de Arrabal
– Diálogos Triviales
– ¡Que viene Topor!
– Una cena con Flotats
– Los Innombrables
– Vientos en la Molina
– Houellebecq y Mirto
– Día de Houellebecq con libros
– Houellebecq, en medio del mundo
– Arraballebecq
– Creemos que sueñan
– Houellebecq, en español
– Unamuno y la cosa pública
– Gofio y sueño en Unamuno
– La bruja coja de Caro Baroja
– Manuel Alvar, dialectólogo
– ¿Juan Marichal mercenario?
– Las cavernas de Saramago
– La guagua de Fernando Savater
– Se diría que Manolo Padorno había preparado su despedida…
– El mestizaje de Jorge R. Padrón y Manuel Andújar
– Al pan, pan y a Gómez, Arcos.
– Sobre objetores y atlantistas
– Semiótica de la guerra
– Poemas para pensar la guerra
– Jorge Lozano y la moda
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