JULIA SÁEZ-ANGULO. Icono del siglo XX, el cuadro «Guernica», pintado por Pablo Picasso en 1937 para el Pabellón Español en París, hoy en el Museo Reina Sofía de Madrid, ha sido motivo de visión reflexión e interpretación muy variada según los momentos y ángulos de su contemplación a través de los años desde que se pintara. Rocío Robles Tardío, historiadora del arte y profesora en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, ha escrito el libro titulado «Informe Guernica. Sobre el lienzo de Picasso y su imagen», publicado por Ediciones Asimétricas.
Numerosas notas enriquecen la parte final del volumen. Al igual que El Quijote se va haciendo barroco o romántico, según el enfoque y el humus del tiempo en que se lee y se interpreta, el cuadro Guernica de Picasso se va tiñendo de matices e interpretaciones a lo largo de su existencia. La autora del libro citado se ciñe principalmente a los episodios que tienen lugar entre los años 1939 y 1958, en el tiempo que la célebre pintura estuvo depositada en el MOMA de Nueva York. Arte y política se mezclan y enredan en la visión e interpretación del cuadro. Los capítulos del libro son: Rue des Grands-Augustins. París, 1937; Guernica o su gestión; Bandera de la retaguardia; La exposición como orden. Nueva York, 1939; Lógica de la copia fotográfica; Pensar Guernica; Pedagogía o publicidad; Lienzo o muro. Mies van der Rohe, 1941 -1943; Política cultural de posguerra. Milán , 1953; Trait d´union. Paris, 1955; Renacimiento, Bruselas, Amsterdam, Estocolmo, 1956, y Vero icono. Quizás le falte al libro una ilustración del cuadro para facilitar la consulta del lector al icono.
FEDERICO UTRERA (*Fragmento del libro inédito «Picasso: cubismo y surrealismo indaliano». El periodista Miguel Ángel Blanco, que escuchó la confesión, quizás anonadado, percibió “el silencio de los archivos, el gesto cansado, la sonrisa, y lo que nunca perderá, la mágica observación de un escenario roto”, hasta que oyó nuevas revelaciones: “Mi actitud es tremendamente pesimista. Yo leía a Nietzsche, a Shopenhauer. Mis dibujos son historias de muerte. En la guerra trabajé bastante junto a Renau. Me dieron una medalla en París, donde participé en la Exposición de Artes y Técnicas de París. Mira, aquí tengo un catálogo de 1937. Fue cuando presentaron al “Guernica”, que no se llamaba así inicialmente sino “Huída de Málaga”, pero el poeta francés Paul Eluard le cambió el nombre. Yo conocí a Picasso en el 36. Creo que me quería mucho…”.
¿Los primeros bocetos del “Guernica” eran para un cuadro que iba a ser titulado “Huida de Málaga” y que reflejaba el éxodo de sus paisanos malagueños hacia Almería, la célebre desbandá? ¿O el pintor Jesús de Perceval, autor de este relato, deliraba? No tanto, si tenemos en cuenta los testimonios recabados por Herschel Browning Chipp («El Guernica de Picasso». Barcelona. Ediciones Polígrafa (1991), que sitúa en la visita que, en los primeros días de enero de 1937, hicieron a Picasso varios miembros del Gobierno Republicano, entre ellos Josep Lluis Sert, Max Aub, Juan Larrea y Luis Lacasa, la encomienda de “una gran pintura mural sobre un tema elegido por él mismo”. Sin embargo, la delegación republicana se encuentra con sorprendentes evasivas del pintor. El “golpe” del 36 lleva ya en acción cinco meses y Picasso, como otros muchos españoles y aún más los de la diáspora, no tiene todavía conciencia de la cruel guerra civil en que va a convertirse. Es un artista con 58 años, casi cuatro décadas ya residente en París aunque sin pedir la nacionalidad francesa –que por otra parte no le daban–, que ha sufrido la primera Guerra Mundial y del que casi nadie se ha acordado en España durante toda su madurez. Además, esa pintura mural se la piden miembros de la Embajada de España en París con cargos políticos, para un fin político y para que sirva de propaganda política.
Él ya había asumido su cuota parte de solidaridad republicana aceptando la dirección del Museo del Prado y ahora le pedían además pintar. Y le ofrecían dinero, mucho dinero. Y a toda una “generación” de jóvenes pintores españoles para exponer junto a él, que odiaba los grupos y las colectividades artísticas aún siendo tan originales como el surrealismo. ¿Pensaría en ese proverbio de Antonio Machado que canta al “españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”? Ya Renau le había ofrecido la dirección del Prado para participar de esta forma “en esta guerra santa contra el fascismo”. Quería además que viniese a Madrid para “convivir con este magnífico pueblo español” que “con el puño y el corazón en alto, derramando a raudales la sangre Antigua de sus venas”, iba a alcanzar la cúspide del mundo peleando hermanos contra hermanos. Triste sino que Picasso declinó.
El Picasso que huía como de la peste de todo lo oficial pudo estar ante el gran dilema de España en la última etapa de su vida. El relato del historiador Javier Tusell es muy rotundo: Picasso recordó la desatención del anterior director general de Bellas Artes que al ofrecerle una exposición en España no sólo había puesto en entredicho su nacionalidad española sino que además lo comparaba “con artistas de línea tradicional como Zuloaga y Anglada”. Además, le habían racaneado el dinero del seguro de las obras diciéndole que no había presupuesto pero ofreciéndole a cambio una escolta de la Guardia Civil. Esta anécdota la contaba con ironía el propio Picasso, que temía quizás que las autoridades no tuvieran ni idea de lo que se traían entre manos y lo que suponía montar una exposición de arte: “Aunque pueda parecer extraño, en cierta ocasión Picasso se había lamentado ante José Antonio Primo de Rivera, futuro fundador de la Falange Española, de que el único representante del Gobierno español que había tenido alguna consideración con él como artista y como español había sido su padre, el general Miguel Primo de Rivera, cuando durante el reinado de Alfonso XIII, dio un golpe de Estado e implantó la dictadura”, que al principio bastantes españoles se tomaron a broma llamándola dictablanda.
Picasso pudo estar entre ellos, pues el historiador Javier Tusell detalla algo más este encuentro de 1934 en San Sebastián con el filofascista Ernesto Giménez Caballero y el falangista Primo de Rivera, donde Picasso expresa un “tono de amargura” con el que se dirige a José Antonio para decirle: «El único político español que habló de mí elogiosamente como gloria nacional, en un artículo publicado en Norteamérica, fue su padre, el general Primo de Rivera»: «Otro bello recuerdo de José Antonio fue cuando en San Sebastián le presenté a Pablo Picasso. José Antonio, cuando iba a la capital donostiarra, se alojaba en el Continental, ahora desaparecido».
«Picasso se nos lamentó de que la República no pudiera organizar una Exposición de sus cuadros en Madrid porque, según el Comisario de Arte, no tenían dinero para el seguro de las telas, pero que si le parecía suficiente hubieran puesto unas parejas de la Guardia Civil por la vía del tren, echándose a reír Picasso con toda su alma, a lo que José Antonio le brindó esta promesa: “Algún día pondremos para recibirle una guardia nuestra, pero como honor, y tras haber asegurado su pintura.” Estábamos en el Náutico, construido por nuestro camarada Aizpurúa, uno de los primeros fusilados cuando la Revolución. Picasso nos invitó a unas copas y dijo así: “El único político español que habló de mí elogiosamente como gloria nacional en su artículo publicado en Norteamérica fue su padre el General Primo de Rivera.” (Ernesto Giménez Caballero. Memorias de un dictador. p. 76.). Más información en otro artículo de Federico Utrera «Dalí versus Picasso: el arte va a contracorriente de los Brunets pero no es un crucigrama».