FERNANDO ARRABAL. Conferencia en la Galería Cayón (Madrid) el jueves 4 de mayo (2023). Primera parte. Esta exposición que ustedes ven es un empeño, como de costumbre, del director de esta galería, que ha venido muchas veces a París. Cogía el avión por la mañana, venía a ver a sus amigos –a veces yo era parte de sus amigos- y por la noche se iba. Cuando Cayón supo que yo había hecho una exposición de cuadros en 1987, le dije la verdad: no quiero que se venda nada mío, ni mis cuadros, ni los cuadros que me han dado a lo largo de mi vida, inmerecidamente, los grandes maestros de hoy. Todos me han dado algo y yo le he dicho a Cayón (cuando quería mostrar esos cuadros y los míos): «Es imposible, yo no puedo vender«. Pero él ha insistido y hace un par de meses le escribí a Cayón y le dije: «ahora he cambiado de parecer. Acepto vender mis cuadros pero por ahora no acepto vender los de los grandes maestros«.
No tengo ningún mérito cuando antes de morir, Jeanne-Claude, la mujer de Christo, me dijo lo siguiente: «¿cómo es posible que usted haya tenido la suerte de conocer al grupo surrealista con Andre Bretón, Picasso y Andy Warhol?«. Y yo le respondí: «eso estaba a la altura de todos y sobre todo a la mía» (risas). Porque yo he tenido la mejor maestra de la posguerra incivil. Esta maestra le decía a los alumnos de primaria o maternal que todos debíamos ser sabios. Y cuando el tiempo ha pasado y llegué a Nueva York o a Tokio no tuve ninguna sorpresa. Lo que me enseñó la madre Mercedes es infinitamente superior. Por eso no me sorprendió nada el grupo surrealista, porque ella me había preparado para ser yo mismo. Estando en Ciudad Rodrigo (Salamanca), que ha sido esencial en mi vida, la gente pensaba que yo iba a ser pintor porque la monja lo pensaba y todo el mundo en mi casa lo pensaba también. Y lo hubiera sido si no recibo un regalo de mi padre, que estaba encerrado en la cárcel de Burgos, cuando me envío una casita de madera, con unas letras borradas, que me inspiró la posibilidad de hacer teatro. Y de ahí salió una obra de teatro, quizás la que funciona menos mal: se titula «Picnic en el campo de batalla» y es la obra que, al cabo de los acontecimientos mundiales, es la que más se representa actualmente.
Cuando se habla de mí se dice: «¿Como hace Arrabal las reuniones Pánicas, que en realidad no son Pánicas pero que son las únicas que se hacen en París?». Se hacen en mi casa y tengo mucho que aprender de todas ellas. Cuando nos reunimos, nos ponemos a hablar de un tema particular. Y cuando estaba con Bretón o los Patafísicos, igual. Los Patafísicos no son ninguna broma. Si ustedes miran la lista de premios Nobel del mundo y se compara con la lista de Transcendentes Sátrapas, en la que sin merecerlo yo estoy, creo que la lista de la Patafísica es más importante porque cuenta con gente tan increíble y extraordinaria como Marcel Duchamp o Roland Topor. ¿Acaso hay un premio Nobel como Duchamp o Topor?.
Me acuerdo de un día en el que dos poetas franceses quisieron matar «por admiración» a André Bretón, cuando ambos metieron fuego a su casa. Y él tuvo que saltar (desde el balcón) porque había mucha gasolina depositada en la parte de abajo del edificio donde vivía. Luego, el propio Breton me llamó por teléfono a las 5:00 de la mañana y me dice: «Arrabal, ¿ha visto la puerta de mi casa incendiada?». Sus dos amigos, un vietnamita y un ruso, estaban a las 12:00 de la noche deseando conocerle pero Bretón estaba tan increíblemente desbordado… (que no pudo atenderles) Y es que él había olvidado un detalle: la reunión surrealista era capital (para muchos de los que participaban o sabían de ella).
Cuando tengo la suerte de conocer a la monja que me enseña a leer, escribir y amar, todo se puede encontrar. En el Grupo Surrealista, que era una reunión diferente, Bretón quería, y siempre ocurrió así, que nos viéramos todos los días de la semana a las 6:00 de la tarde para terminar a las 7:30 en punto. ¿Y qué hacían esos dos poetas allí?. Ese poeta de origen vietnamita que metió fuego e incendió su casa se llamaba Sennelier y era una de las personas más divertidas que allí había. Un día Bretón le preguntó (algo típico en Bretón): «¿dígame qué animal corresponde a Saint-Just?» (alguien que para los surrealistas era un héroe de la revolución). Y habría que haberle respondido: «el león»… o el animal más fabuloso.
Pero ese poeta vietnamita, formidable y muy cómico, respondió con la evidencia: «una rata». Bretón se queda atontado con esa respuesta tremenda, se quedó pensando y por fin sorprendió con su respuesta: «Usted, Sennelier, viene al café surrealista únicamente para espiar» (risas). Y en ese momento, Sennelier replicó con su humor: «¿espiar qué?. Sennelier fue expulsado del grupo surrealista pero lo que no se dio cuenta Breton es que inmediatamente después iba a prender fuego a su casa. El Surrealismo, la Patafísica, el Pánico… parecen cosas sorprendentes pero yo no lo creo. Como por ejemplo Beckett.
Con Beckett pasé muchas horas de mi vida jugando al ajedrez. Yo juego todas las noches 5 o 6 partidas de 10 minutos. Yo estaba jugando con Beckett, estábamos ambos concentrados y los dos queríamos ganar. En ese momento llega por la puerta su mujer Susana (Suzanne Déchevaux-Dumesnil). Yo he hablado mucho de Susana y de los amores… no encuentro la palabra porque no quiero ser pornográfico (risas)… de los amores de Samuel Beckett con Peggy Guggenheim, una mujer que yo no conocí pero que, por lo que me han contado, debió de ser extraordinaria. Y le he escrito un largo poema que se titula «Mi idolatrada felatriz».
Aquel día, Susana estaba muy contenta porque quería un libro de Martin Esslin, un húngaro que se había nacionalizado inglés. Y en el libro está escrito «Teatro del Absurdo«. Susana quiere mostrarle ese libro tan interesante a Samuel en el que están el propio Beckett, Ionesco, Adamov, Arrabal… pero él y yo solo pensamos en el ajedrez. Es la primera vez que se oye la palabra «absurdo«, que es la que finalmente es más utilizada para hablar de esta clase de autores dramáticos. Susana insiste y tiene razón porque quiere enseñarle ese nuevo libro. Y entonces, una vez más, el poeta va a encontrar la definición: «Te amo, ¡absurdo, qué absurdo!». Esa es la respuesta a lo que luego se dirá que es el teatro de vanguardia, no sabemos por qué, o Teatro del Absurdo. Escuche la conferencia completa de Fernando Arrabal en Radio Majadahonda pinchando aquí.