Editorial Hijos de Muley Rubio

Plataforma Houellebecq

Houellebecq, por C. H. Valera
Houellebecq, por C. H. Valera

Alejandro Vargas (Ginebra).

Creo que he sido bastante intuitivo. Sin haberlo visto nunca, siempre tuve la sensación de que Michel Houellebecq (MH) me era un personaje familiar. Porque sus libros son como los que yo hubiera querido escribir, de alguna manera, y sus personajes como yo hubiera querido ser, a veces. Y también porque me recordaba a más de un amigo. En realidad, Houellebecq es un poco menos agrio y más vanidoso que el escritor que imaginé. 

Lo vi en Campus, el nuevo programa de literatura de la televisión pública francesa. Es una de las pocas apariciones de Houellebecq en televisión. Con la publicación de su novela Plataforma (Anagrama), MH se ha convertido definitivamente en un fenómeno mediático. Hace algún tiempo leí un artículo suyo, Je suis une star (Soy una estrella), donde daba cuenta de su nuevo estatus. Un día, cuando nos aburramos de lo que pasa en Irak o Afganistán, Houellebecq figurará en las portadas de Newsweek o Time. Por qué no. «El francés maldito», dirán los titulares, y se le verá en primerísimo plano, fumando. Fumando… qué indecencia, estos franceses, dirán los americanos. En segundo plano, como telón de fondo, las luces incandescentes de Patthaya, Tailandia, «visión posible del paraíso» -dirá MH. 


Entre otras cosas, supuse que no tendría el don de la palabra. Que sería incapaz de articular sus pensamientos de manera coherente e interesante. Que habrían muchos «tal vez», «sí», «no sé», silencios, «……». Que sus palabras arrastrarían los pies. Exagero, pero la idea es que no tiene la verborrea de otros escritores. En este sentido, MH tiene más del poeta que del novelista; prefiere evocar, sugerir, antes que proclamar sus teoremas. 


Veamos. Hay bastante público en el plató y varios críticos literarios de la prensa francesa – Le Monde, Nouvel Observateur, Les Inrockuptibles, etc – sentados como en torno a una mesa redonda circunstancialmente cuadrada, dispuesta para el juicio. Houellebecq aún no sube al escenario, el presentador introduce a los asistentes. Debería contar un poco la historia de Campus, o su meta-historia, mejor dicho, pero ha de ser algo tediosa para aquellos que no están familiarizados con la tradición literaria de la televisión francesa. Digamos simplemente que durante mucho tiempo hubo una vaca sagrada a cargo de la divulgación literaria, que su nombre era Bernard Pivot, y que este señor Pivot, después de no sé cuántas décadas de dirigir El Programa de Cultura, se retiró de las canchas el año pasado, y que este nuevo presentador es como su heredero, su sucesor. Uf. 


A lo largo de la entrevista tengo la impresión de que el presentador habla a veces de otra novela. O que la leyó hace mucho tiempo y la confunde con otra u otras. O que leyó la primera página. O que la tenía de lectura en el metro, o mientras cagaba, o antes de dormirse, o para dormirse, en fin, quién sabe. Y tengo la impresión de que Houellebecq sentía lo mismo, a veces. Pero también debo decir que el personaje tiene su carisma, y que a pesar de esto, para la tele, lo hace bien.


Palabras introductorias, presentación de los invitados, entrada de Houellebecq.
43 años, tres novelas, los tres protagonistas se llaman Michel… ¿Es usted Michel?


– Eh… en realidad, lo más importante es saber si se escribe en tanto «yo», o en tercera persona. Digamos que la identificación por el nombre es del mismo orden y tiene la misma importancia que los rasgos físicos. De vez en cuando acerco físicamente a los protagonistas hacia mí, otras los alejo. Les pongo el mismo nombre, pero eso en realidad no pesa demasiado cuando uno escribe. El «yo», en cambio, elegir el «yo», compromete totalmente la novela.


¿Se da cuenta de que atacando a su época, ésta va a cogerle por la garganta?
– Es posible, pero, eh… en fin, es mi época. Poco importa mi época, no escribo especialmente para mi época.


¿Lo hace voluntariamente? Porque se le ha dicho de todo: provocador, manipulador…

-Eeeh… sí, de vez en cuando, cuando me aburro en la conversación, pero es más que nada el aburrimiento. Pero no me aburro con usted, así es que no pasará ahora (sonriendo maliciosamente).


Disculpe mi franqueza, pero ¿es usted racista?
– Oh, no. Pero es escandaloso confundir… decir que confundo árabes y musulmanes. Porque en este libro los dos personajes árabes más importantes son precisamente anti-musulmanes. Uno de manera vehemente y el otro con cierta resignación. Por otra parte, hay tais (tailandeses) musulmanes. En fin, si hay un libro que no confunde árabes y musulmanes es éste.


¿Se da usted cuenta de la conmoción que ha suscitado con este libro -lo que ya ocurrió también con Las Partículas Elementales-, a próposito de las declaraciones que hizo para la revista Lire donde hablaba del Mariscal Pétain? Aún cuando uno se aburra en una conversación, hay límites que tal vez no deban sobrepasarse…
– No, pero era una pregunta idiota sobre el tema: «¿qué habría hecho usted durante la ocupación (nazi)?». Eh… sí, bueno. Estadísticamente, como la mayoría de los franceses colaboraron, sí, pienso que habría colaborado.


Y esta manera de rechazar la gloria, la resistencia, y de no indignarse por lo que pasa en Tailandia, de inmiscuirse en esta época sin querer jamás rebelarse…
– Mmm… no. Me gustan todos mis personajes, por odiosos que sean. Los encuentro siempre simpáticos, a partir de un momento dado. Entonces, no: si quisiera rebelarme escribiría un texto de revuelta. Si no, escribo una novela, y elegí la novela.


El objetivo es escribir sobre la realidad…
– Mmm…


Es decir, describir al ejecutivo/oficinista medio que tiene problemas sexuales, que viaja y tiene una vida miserable…
-Eh, digamos que… aquí su vida mejora, en este libro aparece Valérie.


Una historia de amor…
-Sí… No, éste es menos miserable que mi primer protagonista. Es decir, que evoluciona más. Al principio, es aún más miserable, pero luego Valérie cambia todo… eh… sí, es una historia de amor.


¿Pero quién es Houellebecq en realidad? Un breve reportaje se propone ahora responder a esta curiosa pregunta: «MH es la pesadilla del periodista: fuma cigarrillo tras cigarrillo, bebe mucho y a veces de más»… «Duda mucho antes de responder a las preguntas, antes de contestar en general: ‘eh, tengo que pensar… eh, no sé… pero ¿cuál era en realidad tu pregunta?’… «Algunos dicen que fue fabricado a partir de una célula de tortuga paralítica»… Regreso al plató. «Gran periodista», ironiza Houellebecq.


La camisa «vichy» (cuadriculado formalín, celeste y blanco), es como para la entrevista de Lire…
– Eh, sí, es como para darles la razón a los que piensan que soy un tipo listo.


Habla del mariscal Pétain, piensa que el Islam es la religión más estúpida que pueda existir…
– Oh, todo puede discutirse, como diría… pero lo que pienso, eso no tengo ni idea. Depende de los días.


Pero estamos en la tele, y basta con decirlo, si lo piensa o no, porque vamos a hablar de literatura – para eso estamos aquí -. En un momento dado hay que alejar las malas interpretaciones que pueden rodear la publicación de un libro.
– Bueno…


En fin, si le parece; si no quiere alejarlas, no lo haga…
– No, pero es verdad que el monoteísmo no es el tema principal del libro… no sé, tenemos derecho a criticar las religiones, o tal vez no me avisaron de que ya no tenemos derecho.


La última vez que nos vimos, por la publicación de Las Partículas Elementales, usted me dijo: «no volveré a escribir un libro sobre el sexo, ya lo dije todo sobre la miseria sexual». Han pasado tres años y vuelve con un libro que transcurre en Tailandia y en buena parte…
– Es verdad, pero no había pensado en los países lejanos. Eh… pensaba haber abordado todo lo que se podía sobre el tema de la sexualidad en Occidente, pero no había pensado en el turismo sexual, efectivamente, que es un tema importante. Por lo demás, le cogí gusto a la descripción de escenas sexuales y confieso que no fueron suficientemente felices en Las Partículas.


Al comienzo del libro, Michel pierde a su padre y parte a Tailandia con un grupo de turistas. Y ahí se va a enamorar de una joven de 28 años que se llama Valérie, de manera por lo demás inesperada…
– Cada vez más, digamos. Ella es la que primero se enamora de él; él duda mucho, porque tiene miedo a enamorarse, porque sabe que será importante en su vida, porque el amor es algo que puede perderse… es una evidencia.


¿Por qué quiso escribir sobre la economía del turismo? Hay momentos muy divertidos, por ejemplo al comienzo del libro, cuando va a elegir el bolso a la tienda, o cuando se coloca su camiseta de Radiohead antes de salir a los bares a seducir a jovencitas… Todo eso es irónico, divertido, cáustico, libre, y al mismo tiempo lo sentimos avanzar hacia algo cada vez más turbio…
– No es turbio en el sentido de…
Perverso.
-¿Perverso?
Sí, para él.
-… No, tengo la impresión de que él tiene los mismos deseos que todo el mundo, que se desenvuelve dentro de la norma de un viaje organizado, banal.


¿Por qué se va?
– ¿Por qué se va?
¿Pregunta sofisticada? ¿Imbécil? No sé bien que pensar al respecto.
¿Por qué se va después de la muerte de su padre?…
– … porque (riendo ante la evidencia de su respuesta, implícita en la imbecilidad de la pregunta) todo el mundo se va de vacaciones, hace como todo el mundo. Compra los mismos paquetes turísticos que todo el mundo. En un momento dado compara los distintos tipos de consumidores y se da cuenta de que se aproxima al más banal de ellos, se guía por la mejor relación calidad/precio. Es eso, parte con «Viajes Nuevas Fronteras» (turoperador) al Tropic Thai, eligiendo la mejor relación calidad/precio, como todo el mundo.


Usted habla de una decadencia de la vagina occidental y que por ello, el hombre ordinario, de clase media, se ve forzado a emigrar a Tailandia.
– Mmm… el de clase obrera, seguro. No veo como Lionel haría de otro modo, por ejemplo. (Alusión al personaje del libro homónimo del ex-primer ministro socialista francés, Lionel Jospin).
Lionel en el libro…
– Este pobre chico no está a la moda, no es un mal tipo, pero no tiene nada de atractivo, no tiene encanto personal, y tampoco tiene un trabajo muy divertido. Entonces no, rehuso absolutamente a condenarlo: lo observo sin maldad, más bien con ternura.


El viaje que hace a Patthaya no es como el del periodista que iría a buscar lo que ocurre detrás de lo que todos vemos y así ver lo que pasa realmente…
– No, no, es justamente lo contrario…
Tampoco es el viaje del humanitario…

– Trato de ver lo que todos ven. Lo que el turista ordinario puede ver en Patthaya.


Para agilizar un poco el programa, lanzan un micro-reportaje filmado en Patthaya, de noche. MH, caminando por las calles de la ciudad, junto a un periodista del programa. «Es una visión posible del paraíso», comenta MH. Tecno de cabaret a todo volumen, vendedores ambulantes, mucha comida, fritura -hedor, parece-. MH dice que se come muy bien en la calle. Las camareras tienen labios espesos, la boca abierta, apropiada, mientras se toman algo en una terraza. «Viajé a Tailandia con la idea típica de que el turismo occidental era como un grueso alemán al término de su vida, queriendo disfrutar de un último momento de placer, pero descubrí a bastantes jóvenes anglosajones. Y eso es una evidencia: cuando ves algo que funciona bien entre los jóvenes anglosajones, el mundo entero va a aceptarlo». Se aleja del bullicio en dirección al Hotel.


Este es el hotel donde escribiste tu libro.
– Sí, aquí, y también en Irlanda.
¿Por qué lo elegiste?
-Oh, porque está cerca de los salones de masaje… y …mmm, bueno, porque las habitaciones son suficientemente amplias, y tienen auténticos escritorios, lo que es bastante raro. Esto me permitió pasar unas jornadas tranquilas, en un barrio tranquilo, trabajar, y luego sí, un pequeño masaje, o un gran masaje. Y luego a dormir. Es curioso pero al final ya ni siquiera iba a los masajes, no salía de mi habitación, sólo me asomaba al restaurante, pero el simple hecho de saber que la ciudad estaba ahí me inspiraba. La gente no va tanto de putas en Europa porque se trata visiblemente de pobres chicas, en condiciones inhumanas, pero aquí no, es bastante más humano. No es que a las chicas les guste ser prostitutas, ¿pero a quién, en el fondo, le gusta su trabajo? Digamos que no se tiene la impresión de usufructuar, de un régimen de esclavitud…

Sobre un balcón del hotel, ahora de madrugada, la bahía estirándose a espaldas de Houellebecq. «Tal vez podamos montarnos algo por el estilo… si queremos evitar que los italianos acaparen el mercado, hay que empezar a pensar en ello», insinúa con cierta picardía.


¿Pensar en qué?
– En establecer una estación de turismo sexual digna de ese nombre.


Fin del reportaje, regreso al plató.
Tengo ganas de decir algo como «basta de apariencias», porque esta confusión del autor, de su personaje, de «hay que empezar a pensar en ello» o «los italianos van a…»
– Pero hay dos cosas distintas, en realidad. El hecho de que, a título personal, no sea en absoluto hostil a la prostitución y a su legalización, y sin embargo la novela no pueda leerse como una apología del turismo sexual.


«Entendí hasta qué punto el turismo sexual», escribe usted en la página 114 de Plataforma, «constituye el porvenir del mundo». Más allá del libro, más allá de ese trágico final – porque son todos acribillados por un comando de fundamentalistas musulmanes -, ¿considera usted o su libro que, en poco tiempo más, la mitad del mundo – porque es la evolución de la economía de mercado – va a convertirse en un gigantesco centro de vacaciones?
– Como de costumbre, todo depende de lo que pase en Estados Unidos. Actualmente, parece ser que aunque el puritanismo sea fuerte, los clientes americanos vienen cada vez más, y si los americanos lo hacen, lo haremos nosotros también. Es así, participamos del mismo movimiento cultural, económico.


El presentador nos invita ahora a escuchar al filósofo Georges Bataille, en blanco y negro, de cuando la tele era seria, densa y aburrida. Sesuda cita sobre el carácter infantil del erotismo y su relación con el deseo de ser castigado por los padres, como en la infancia.


¿Es lo que busca?
-Eh… en el erotismo, no; sólo hago lo permitido, y cuando por casualidad algo está prohibido, deseo que sea permitido.


No, pero lo de ser reprimido, castigado… – Houellebecq va a ser castigado, el periodista que habla del erotismo le lee un fragmento de su novela: «cada vez que sabía que un terrorista palestino, o que un niño, o una palestina embarazada, habían sido tiroteados en la Franja de Gaza, me regocijaba…»
-Eh, después de lo que le ocurre al protagonista, no sé, creo que existe el sentimiento de venganza. A mí nunca me ha ocurrido algo, pero creo que si me ocurriera, me sería más difícil reponerme que a mi protagonista.


Desde el momento en que usted habla de esta época – y aparentemente no le gusta -¿no teme que esta época vaya a cogerle por la garganta?
Es divertido, pero al transcribir la entrevista me doy cuenta que ya hizo esta pregunta al comienzo del programa. Felizmente, la respuesta no es la misma.
– Mire, cuando se escribe un libro hay que saber que luego se va a morir. Y entonces ya no se tiene miedo.


Para polemizar un poco -estamos en democracia-, invitan al responsable de la mezquita de París a tomar la palabra. Polémica aséptica, por cierto, porque ni está en el plató ni se trata de una transmisión en directo. Virtual, virtual… «El Islam es víctima de una provocación organizada más», se queja, acusa, «(provocación) que fomenta el odio entre las religiones, la apología del crimen…», etcétera, etcétera. Decididamente, esta gente no se aburre nunca de cumplir su rol. Vuelta al plató.
– Mmm, pero la pregunta es si un personaje de novela tiene derecho a expresar sentimientos anti-religiosos, eh… es una pregunta.


La pregunta que debe hacerse este señor es si lo demanda (la sociedad) o no.
– Bueno, en otro momento discutiremos acerca del estatus de los personajes de novela, pero en mi opinión, sí tienen derecho a proferir sentimientos anti-religiosos.
Es el turno ahora de la directora de la Asociación «La Voz del Niño». Virtual, virtual, otra vez más. «Todo ser humano condenado a trabajar en la prostitución, sea éste menor o mayor, es una víctima», condena. Dice otras cosas más, pero no muchas. Vuelta al plató.


– Es lo que me temía, lo dice claramente: está en contra de la prostitución, tanto de menores como de mayores, y en eso no estoy de acuerdo. Yo estoy contra la prostitución infantil. Incluso hace tiempo escribí un texto contra la pedofilia para la revista Infinito, pero no, no estoy de acuerdo, estoy a favor de la legalización de la prostitución.


¿Puede decirse que parte de la lucha que lleva usted como escritor es una lucha contra la moral?
– No, para nada. Estoy absolutamente a favor de la moral. Moral y sexualidad son dos temas distintos, que no tienen nada que ver, a pesar de que nos obstinemos en relacionarlos. No hay moral sexual, eso no existe.


De alguna manera, se tiene la impresión de que usted vomita sobre aquellos escritores que, después de una guerra, quisieron ser felices, soñaron parte de su vida, aunque luego se equivocaran. Usted no quiere soñar con nada, solamente mira, no hay nada de grandioso. ¿Esa es la idea?
-Eh… sí, no es falso, hay que reconocerlo; miro… eh, lo siento. (Las manos juntas, sonriendo traviesamente y como pidiendo perdón)

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