FEDERICO UTRERA. “Making the invisible visible” es el título con el que la fotógrafa australiana Kira Perov, esposa del videoartista norteamericano Bill Viola, ha encabezado su ensayo sobre “Electronic Renaissance”, la gran retrospectiva del autor que ha acogido este verano de 2017 la “rica y famosa Florencia” que tanto admiraba Miguel de Cervantes, el primero en escribir “novellas” originales en lengua castellana. Gracias a la invitación de la Fondazione Palazzo Strozzi, que gestionó además mi acceso y materiales en el Gran Museo del Duomo, Complejo de Santa María Novella y a la Galería de los Uffizi, pude visitar estas cuatro sedes, que se complementaban con otras cuatro más diseminadas por la región de la Toscana. Todo un “regreso” el de Bill Viola a Italia que, para los que llevamos a cuestas la gran cruz al mérito biográfico y videográfico del videoartista, hubiese sido un grave pecado de distracción perderse. Todo ello servirá de base para mi próximo taller audiovisual e interactivo de videoarte (y ya van cinco ediciones) en el Festival Internacional de Cine de Almería (2017) que se celebrará del 12 al 18 de noviembre y está dedicado a Bill Viola. Por ello quería dejar constancia de mi agradecimiento personal a Lavinia Rinaldi por su eficaz colaboración y a Ambra Nepi, Lucia Mascalchi, Sara Valenza, Silvia Colucci y Gregorio Gabellieri, sin cuya ayuda este trabajo no hubiera sido posible.
El Gran Palais de París ya había puesto el listón muy alto hace tres años (2014) recopilando toda la obra nueva de Bill Viola y concentrando, con la majestuosidad que caracteriza a la “grandeur” francesa, toda una selecta retrospectiva que también tuve el placer de visitar cortésmente invitado por sus organizadores. Y es que haber escrito la primera biografía y catálogo razonado del videoartista parece un salvoconducto que lo mismo me ha llevado a Nueva York que al Teatro Real de Madrid. Así que con mi Iphone 5s comprado en Cash Converters y usado como agenda visual y documental, me planté con animoso espíritu para conocer por vez primera Florencia y sus mil maravillas desde esta óptica un tanto original: no me interesaba tanto Leonardo, Miguel Angel o Rafael, que admiré de soslayo y ajeno a las riadas turísticas, sino este rincón menos frecuentado que supone observarlos a través del prisma del videoarte.
La única fatalidad se produjo cuando supe que Bill Viola atraviesa uno de sus periodos de “sequedad” o depresión, bajón o caída («The Great Below» como Nine Inch Nails los canta junto a sus vídeos), y de los que solo sabe sacarle la propia Kira, tal y como recoge esa biografía. Se produjo durante la reciente inauguración de su exposición en el Museo Guggenheim de Bilbao, donde el periodista Peio H. Riaño se apercibió del “delicado estado de salud de Viola, sentado y en silencio en la primera fila del patio de butacas del auditorio del museo”. Y su nuevo asistente Gene Zazzaro, que sustituyó a la artista Christen Sperry-Garcia, me confirmó el alcance. ¿Como un artista es la cresta de la ola, con el mundo a sus pies, conocido y reconocido, puede ser emocionalmente tan frágil?
Gracias a que su reino no es solo de este mundo sobrevivió hasta los 36 años, edad en la que vendió su primera obra (no un vídeo sino la videoinstalación “Habitación para San Juan de la Cruz”, al MOCA de Los Angeles en 1987. Tuvo su primera exposición en una galería comercial cuando tenía 41 años y trabajó 17 años sin representante. Y cuando nació su primer hijo no tenía ni seguro médico ni dinero siquiera para comprar toallas. Así las cosas, lo que quiebra la salud emocional de Bill Viola no es el éxito ni el fracaso, sino la difícil y compleja capacidad de superarse constantemente y no repetirse ya que, dada la incomprensión ajena, el más feroz crítico es uno mismo. Al escritor Juan Goytisolo le pasó igual cuando desafortunadamente proclamó que no iba a escribir más novelas por este mismo motivo, idéntico al que llevó a Picasso a abandonar la pintura y refugiarse en la cerámica. De ahí que el papel de Kira Perov, casi tan asistente psicológica como técnica, sea fundamental.
Con estos antecedentes tuve que visitar Florencia sin más pasaporte que mi libro pero convencido de que el universo invisible de Bill Viola me ayudaría en todo momento. Sea esta pues la crónica de un viajero guiado por sus intuiciones tanto como por el conocimiento, pues para los creyentes –un don que el agnóstico escritor Benito Pérez Galdós admiraba en sus amigos católicos como Pereda– solo hay que esperar el lugar en que lo invisible se hace visible. Y ese instante apareció en varias ocasiones a lo largo del camino dando claros signos de su existencia. Y es curioso porque para todos aquellos “ochenteros” que aprendimos de memoria el Credo de Nicea y Constantinopla en las escuelas infantiles, ese “Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible” debía ser menos extraño de lo que a la mayoría parece.
Y lo es aún más que este bello poema religioso –de su etimología que es “religare”– no figure en ese sabio e interesante libro que es la Biblia. Solo lo recoge su epístola a los Colosenses (uno de sus desconocidos 27 libros que constituyen el Nuevo Testamento), donde figura una breve alusión a los cristianos de la ciudad de Colosas, en Frigia (Turquía): “Porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para Él”. Quizás habría que observar y desapasionar la política desde este punto de vista. Cervantes escribió el Quijote entre barrotes de Sevilla y adquirió fama global, pero esta misiva de Pablo de Tarso redactada en una de sus múltiples prisiones –ya nadie va a la cárcel solo por sus ideales sino por violencia o dinero– corrió peor fortuna. Y en ella advertía precisamente contra todo lo contrario: el excesivo “culto a los ángeles”, una filosofía precristiana que invertía los preceptos y daba prioridad a lo invisible sobre lo visible. Si uno se lavaba las manos antes de comer, fregaba antes platos, vasos y oraba, quedaba libre de mácula. Fácil redención para los desalmados, que mezclaban así la limpieza del opaco espíritu con la de los invisibles microbios.
Recién llegado a Florencia y barruntando sobre todo ello por la fresca ribera del río Arno con las casas colgantes del Ponte Vecchio como horizonte, una primera y fugaz aparición me sorprendió: un minibús completamente ataviado con el cartel de la exposición de Bill Viola cruzaba otro puente como una flecha y allí corrí tras él para hacerle una foto con mi iphone. Ya no necesitaba preguntar donde estaba la Fundación Strozzi, que visitaría al día siguiente. Los organizadores, de forma invisible, me daban la bienvenida y con ese animoso espíritu preparé la arribada. Toda Florencia es un Museo en la calle, así por su agradable asiento como por su limpieza y suntuosos edificios históricos, pero el Palacio Strozzi tiene algo de singular.
Subí despacio las escaleras y nada más atravesar las primeras obras, que vi rápido por ser las mismas que las que exhibiera el Grand Palais de París, entré en la sala donde se exponía “The Greeting”. El pálpito acelerado del corazón, erizarse el vello de los brazos y los ojos vidriosos me advirtieron que estaba ante la primera novedad de la muestra. Y es que el arte verdadero no cambia la percepción, cambia la vida. Girando la cabeza hacia la izquierda lo corroboré: “La Visita” de Pontorno dialogaba con el vídeo como si un maestro lo hiciera con su aprendiz cinco siglos después. No son cuadros vivientes los de Bill Viola, como la crítica fácil describe por su deslumbramiento en esta era audiovisual y digital que va sustituyendo a la textual y analógica del siglo XX. Es la conversación con los clásicos la que los hace geniales. Y charlar no consiste en repetir como una cacatúa los discursos del profesor, sino conocerlos, transformarlos, sublimarlos y mejorarlos con el lenguaje contemporáneo. Ahí está la clave de la genialidad de Bill Viola, en como adaptó a Pontorno al mundo de hoy: dando vida y movimiento sí, pero también coqueteando con el color y la composición del viejo maestro, como él mismo había hecho con las cuatro mujeres de la época de la Judea del siglo I. El saludo a la embarazada moderna y algo hippie recoge esa tradición, como lo hace también esa segunda escena que Pontorno dibuja debajo en el cuadro con el borracho y la muerte, desapercibida para la mayoría. Bill Viola también introduce una segunda pantalla con esa época juvenil donde quizás fumaba y bebía como hacía Pontorno con su segunda “pantalla” moralizante.
Uno de los polípticos que más éxito de público tiene en las exposiciones de Bill Viola es “La Habitación de Catalina” y el Palacio Strozzi la recogía junto al cuadro original de Catalina de Siena, obra de Andrea di Bartolo. En mi biografía artística del autor pude recordar que esta monja erotómana italiana no era sino una deformación más novelera y mundana de la poeta española Teresa de Avila. Y sin desmerecer los curiosos escritos biográficos de aquella, prefiero los extasiados versos de ésta. Aún así, ver enfrente de Weba Garretson («Catherine») a la original Catalina y descubrir en la tabla original que en realidad no era ella sola sino con 4 de sus seguidoras, hacía de este masificado y pequeño escenario otro acontecimiento singular. Eso sí: esta obra exigía una sala más amplia, dadas las aglomeraciones que provoca, porque al final daba la misma sensación que encerrar “La Primavera” de Boticelli en el pasillo contiguo al recibidor de casa.
Con “Emergence” sucedió algo parecido. Una escena habitual entre los pintores de la época (Juan de Flandes, artista favorito junto con Dieric Bouts de la reina Isabel de Castilla y cuyas “Marías ante el sepulcro vacío” se encuentran en el Palacio Real de Madrid) hacen que “La Piedad” de Masolino se convierta en una referencia más verbal que visual cuando se exhibe junto a Bill Viola: las dos obras «se hablan». Y el momento en que el actor John Hay se eleva del sepulcro suscita en el público una emoción parecida a la que el Apollo 11 creó en la televisión cuando subió a los cielos rumbo a la luna. Un “ohhhhhh” se escapa entre las gargantas de los espectadores y convierte la obra en algo parecido a “Las Meninas” de Velázquez o “Las señoritas de Avignon” de Picasso: emociones desbordantes que escapan a la visibilidad del cuadro.
No estuvo tan conseguido el efecto con “The Deluge” y el Diluvio de Paolo Uccello por todo lo contrario: una sala demasiado amplia que el público además obsequió con su desdén porque la escasa luminosidad del fresco de Ucello no proponía conversación alguna. Se trasladó de Santa Maria Novella y se desdibujaron ambos escenarios quizás también por el deterioro del original. Pero no importaba: muchas más invisibilidades quedarían por llegar: con “Inverted Birth” tuve la fortuna de presenciar lo invisible haciéndose visible y 2 fotografías ilustran la magia de la obra: un bebé con su padre admirando la reencarnación que representa este vídeo y un niño de color con su abuela blanca transmitiendo en vivo eso que Bill Viola no se ha cansado de repetir y que aprendí con él: cuando se está delante de un cuadro no solo se ven cosas, sino que “pasan” cosas.
Estamos acostumbrados a “ver” pintura, pero no a oír, oler o pensar con lo que ocurre alrededor de esa mágico e irrepetible momento en el que nos detenemos frente a los cientos de horas de reflexión y trabajo que un autor ha depositado en un lienzo, plasma, escultura o instalación. Lo mismo ocurrió con el “Adan y Eva” de Lukas Cranach y el retrato de los dos viejos desnudos que los simbolizan (“Hombre y Mujer buscando la Inmortalidad y la Eternidad”): un anciano y su pareja revivían su segunda e inocente juventud en el paraíso de la experiencia frente a estos magistrales vídeos. Estaban sentados y literalmente conectados a la contemplación de los mismos y no podían desprenderse de ellos.
La exposición del Palacio Strozzi no hubiese adquirido los tintes de leyenda que tuvieron “Las Pasiones” en Los Angeles-Londres-Madrid-Canberra (2003-2005) o la retrospectiva del Gran Palais parisino (2014) si no hubiese albergado en los sótanos las dos partes que el autor considera menos transcendentes: “Bill Viola Speaks” (textos) y el “Backstage” (fotos). ¿Seremos los biógrafos como los impresionistas cuando eran recluidos para exhibir solo en las mazmorras del Louvre? El clásico Vassari, con sus «Vidas de Artistas», no estaría seguramente de acuerdo, pero he de reconocer que aquí fue un acierto. Abrumado como salía uno de las salas del piso alto, casi pasaba desapercibida esta segunda muestra más biográfica y así estuvo a punto de ocurrirme a mí. Bajando por los pasadizos de un estrecho pasillo se abría al final ante el espectador esta parte fotográfica y hemerográfica que también escondía varios tesoros para aquellos que los supieran ver. El principal “Las torturas” (obra nueva), escenas que la Iglesia llama “Martirios” y que Bill Viola ha titulado igual (“Martyrs Serie”). Es la obra más innovadora (2014) que deliberadamente quiso instalar en los calabozos de Palacio y que, albergada en una sala subterránea y oscura, impactaba a los espectadores deteniéndolos a distancia para no acercarse demasiado a los 4 suplicios: enterrado (Tierra), colgado (Aire), quemado (Fuego) y ahogado (Agua).
Había más: los clásicos “Chott el Djerid”, «Reflecting Pool» y otros vídeos de la primera época daban paso a una obra que nunca había visto “en directo”: “Il Vapore”, instalación interactiva ideada precisamente en Italia que lo mismo servía para rendir culto a Buda que para curar un resfriado gracias a sus hojas de eucalipto. Allí me postré como un turista más con la devoción de quien agradece la sabiduría y sensibilidad que el autor me ha transmitido de forma invisible a lo largo de la última década como recompensa por dedicarle muchas horas de estudio y disfrute. Mi agradecimiento se extiende además de a todo el personal que tan amablemente me atendió en las 4 sedes, a Arturo Galansino y Kira Perov, comisarios de la muestra, por la generosidad que han tenido al incluir mi libro entre su “bibliografía selecta”. Fue mi humilde aportación y grano de arena que desde España, aunque también en inglés, quiso ampliar el conocimiento global hacia quien considero el artista más representativo de este siglo XXI. Una era que ahora comienza a caminar bajo nuevos soportes artísticos, antesala de los grandes cambios sociales, económicos y políticos que nos esperan.