FEDERICO UTRERA. Cristino de Vera cumplió 90 años este 15 de diciembre (2021) y tras casi 10 años de incomunicación, me decido a llamarle por teléfono temprano. Responde con extrañeza y afecto su esposa Aurora Ciriza y recordamos una época en la que tuvimos una relación más estrecha. Fue un «flechazo». El primer día fue en su casa de la madrileña calle Modesto Lafuente, junto al hospital La Milagrosa, nombres con significante y significado. Toda su vida pegado al sanatorio, como el poeta Juan Ramón Jiménez, otro genial hipocrondríaco. Tras una larga y deliciosa conversación me regaló un cuadro suyo: un cuenco y dos vasos a plumilla tan característicos suyos. Recuerdo que Aurora mostraba cierta y educada oposición… era un joven desconocido… pero Cristino se empeñó. En otra ocasión me dijo que yo era como el hijo que nunca tuvo. Su cariñoso cumplido -o quizás no tanto- me abrumó y ruborizó. Eran los estertores de la inocencia, había viajado al Monasterio de Silos para reseñar una exposición suya, le gustó también aquella otra crónica sobre sus “Constelaciones” en el Jardín Botánico de Madrid, que recojo en mi libro “Cordel de Extraviados” sobre Literatura y Arte.
Ahora gracias a internet releo un artículo científico (hoy le llaman “paper”) que reproduce aquella reseña mía titulada “Místicos y Voluptuosos”, a propósito de la marginación que sufrió el pintor en otra ocasión. Karen Melián Kiriloff lo ha titulado “La obra de Cristino de Vera interpretada por la crítica periodística de Canarias«. Lo cierto es que “La crítica periodística de Canarias”, sin embargo, hizo aguas en el archipiélago antes de que estallara el volcán. Le resumo a Aurora lo que ha sido mi alejamiento de las Islas en la última década: primero la multicrisis orgánica de 2008, después la perplejidad de Filomena, luego la pandemia global del Covid… pero ya nos vamos acostumbrando… Y le doy la noticia: el poeta y periodista Antonio Puente acaba de publicar su entrevista telefónica recordando que cumple 90 años. Y me lo pasa para felicitarlo. La conversación la recoge Carlos Sosa en la edición canaria de “Eldiario.es”, que me parecía el lugar más apropiado para reflotar aquella vieja amistad, distraída por azares del destino que Aurora ya conoce. No obstante, aquí, ahora y hoy solo me interesa Majadahonda, ese pequeño reino de este mundo en el que pronto voy a cumplir 30 años de estancia.
El escritor y convecino Francisco Umbral definió a Cristino de Vera como «un místico sin misa» que “tiene alma de no tener cuerpo”… Y escribió muchas cosas más sobre su alto buhardillón en el Rastro, donde “Cristino era la víctima de su lucidez, dedicando el resto del día al monacato de su creación, que lo suyo era una cosa como de monje medieval que hubiese asistido a las vanguardias de entreguerras…”. El pasaje de su “Trilogía de Madrid”, las memorias de Francisco Umbral, es lo más bello que se ha escrito sobre este pintor, al que compara con Zurbarán, Cezanne y Juan Gris, reflejando al enorme escritor lírico, sincero, libre y profundo que era Umbral, nuestro Valle Inclán contemporáneo, retratista de una época y de sus personajes. “Yo creo que a estos tres pintores (Paco Alcaraz (Almería), Ángel Medina (Santander) y Cristino de Vera (Canarias), les unía la común y triple vocación del arte, el vino y las mujeres”, detallaba. Entre esas admirables sombras del Café Gijón que recoge su memorable libro, al único que no conocí fue al cántabro… pero esa es otra historia.
“Cristino no es una gloria nacional porque vive en un país barroco, encendido y sucio de crímenes y oraciones”, relató otra vez. Por Umbral sabemos de sus escarceos y desamores de juventud, sus ocasionales puestas en escena -“Mi amigo el gran pintor Cristino de Vera se ha retratado desnudo en la piscina Stella, adonde no va hace cincuenta años”-. De como se casó a los cincuenta y también “pinta en latín”. O de aquel día en que por fin entra en los Museos de Arte Contemporáneo: “Cristino de Vera es un clásico y expone en el Reina Sofía. La vida, a veces, como por casualidad, acierta con la justicia. El Zurbarán sentimental de mi generación sigue siendo un golfo, pero, a partir de ahora, un golfo museable”. Por eso dejó escrito un vaticinio de arúspice porque todo poeta es siempre un visionario: “Algún día sabremos todo lo que clausuró torpemente una postmodernidad falsa y desenterraremos un Cristino de Vera como un beato, un genio o un milagro”.
Me acuerdo de las citas que te hacía en sus columnas Francisco Umbral… –Sí, pero Francisco Umbral daba una imagen que no era yo, él jugaba con eso… ¿Llegaste a conocer Majadahonda, la ciudad donde vivía? – Conozco gente allí y he ido… Mi cuñada y su marido, que murió. Y he estado con Aurora Ciriza, mi mujer… –¿Por qué? ¿A que viene lo de Majadahonda? Porque Francisco Umbral vivía en Majadahonda -Sí, vivía en Majadahonda, en una especie de… ¿Dacha? –Sí, la dacha de la que él hablaba… pero bueno… Es que yo vivo ahora en Majadahonda también… –¡Ah! ¿Vives en Majadahonda? – Sí, desde hace casi 30 años, ya le explicado a Aurora lo que ha sido mi última década… – Bueno, bueno… perdóname que he tenido hace poco una… como se llama… arritmia cardíaca. Y he mejorado según el radiológo, pero no puedo hablar mucho seguido… Pues un beso muy grande Cristino ¡y muchas felicidades!. Y comienza una de sus largas, entrañables y ceremoniosas despedidas: –Tengo de ti un recuerdo, que eres una persona buena y noble, siempre has sido muy bueno conmigo y en lo poco que nos hemos tratado lo has hecho con amabilidad y hermandad. Eres un amigo hermano. Te deseo toda la paz del mundo y toda tu alegría, a ti y a tu familia…–Igualmente Cristino, ¡un beso muy grande! –Adiós querido amigo, cuídate. Cuídate tú también Cristino, adiós –Gracias.