Editorial Hijos de Muley Rubio

«Clásicos Revolucionarios»: una laguna que dejó Santiago Amón y que ocupa Federico Utrera

Imagen 1«La mayoría de los críticos de arte que conozco resumen los textos de los catálogos enviados previamente a los periódicos sin el menor vistazo a las obras expuestas. Federico Utrera va directo a mirar el campo de batalla, buscando la opinión de los expertos y juzgando por sí mismo frente a la realidad palpable de la obra. Esto no es tan común y no tengo por menos que recordarlo. Ví algo de ello en Santiago Amón, crítico de arte fiel a su conciencia y conocedor de la historia del arte. Su ausencia, como bien dijo Martín Ferrand, dejó huérfana a la crítica. Es lástima la falta en la prensa, tan rica, y osada en otras áreas como la política y la sociedad. Esto no está fuera de contexto cuando pienso que Federico Utrera puede bien sustituir la laguna que dejó Santiago Amón en la crítica de arte».  Con estas palabras, el conservador del Museo del Prado, Matías Díaz Padrón, prologa este libro cuyo primer volumen del tomo dedicado al Arte se titula «Clásicos Revolucionarios».

Velázquez, Durero, Tintoretto, Van der Hamen, Rembrandt, Van Gogh, Sorolla, Corot, Kandinsky o Rodin sobrevuelan estas páginas en las que Utrera recuerda al verdadero Maestro del Prado, el primero que le enseñó a mirar un cuadro: «En una ocasión tuve el privilegio de visitar el Museo del Prado con Matías Díaz Padrón (Valverde, El Hierro), conservador jefe de la mayor pinacoteca del mundo, que conoce como la palma de su mano y la pinta como su propia vida. Antes había sido invitado por Matías a las célebres tertulias y fiestas en su apartamento de la calle Casado del Alisal, a las espaldas del Museo, donde me apercibí como era considerado uno de los mejores especialistas internacionales en pintura flamenca y holandesa, autor de medio centenar de libros y catálogos, condecorado en Bélgica, Venezuela y Canarias pero aún no en España».

Y añade: «Su prestigio en el campo científico y artístico le otorga entre sus admiradores lo que Goethe o Azaña dibujaron como una “santidad civil” muy ligada a la inteligencia, tolerancia y natural bondad. Él, que rehuye los elogios fáciles y los honores que no son demasiado honorables, prefería ser en todo caso “santón” a “santo”, pues no en vano sus orígenes estudiantiles estuvieron ligados a La Iglesia Cubana, un movimiento cultural y lúdico que surgió como crítica a los dogmas más inflexibles de la curia católica. Quién se lo iba a decir: la vida terminó llevándole por derroteros artísticos donde las imágenes de beatos y vírgenes llevados al lienzo o a la tabla se convirtieron en su quehacer cotidiano. Así que logré apreciar el gusto por la pintura clásica gracias a Matías y eso me llevó a otros museos y artistas diferentes al Prado y a su apreciado Pedro Pablo Rubens, en especial el Palacio Real, la Fundación Carlos de Amberes y el Museo Thyssen-Bornemisza. A él le dedico estos textos sobre estos pintores clásicos, que en su momento fueron jóvenes revolucionarios, por su incansable fervor hacia el Arte y como tributo de sincera amistad».

Índice:

Clásicos revolucionarios

– Adivina quién te ve (Velázquez)

– Tintoretto en el zoco

– Durero, pintor viajero

– La ronda de Rembrandt

– Juan Van der Hamen, cuatro siglos oculto

– El fruto de la fe: arte flamenco

– “La hemorroísa” del obispo

– Luces y sombras de Ensenada y Riviere

– Las islas felices de Corot

– Los últimos días de Van Gogh

– Las almas gemelas de Sorolla y Sargent

– Las chumberas de Sorolla

– Kandinsky y los críticos de arte

– Rodin y vuelta al ruedo.

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