JULIA SÁEZ-ANGULO. Vive y anda siempre rodeado de Meninas, bien sean las de la pintura de Velázquez en Madrid y las de Londres o las de carne y hueso que revolotean en su derredor para beber de su sabiduría artística. Las tiene de toda raza, color y estado civil: solteras, casadas, viudas, separadas, hermana, sobrinas monjas, por lo que le resulta fácil elegir la más apropiada, para cada ocasión social: bodas, bautizos, banquetes, inauguración de exposiciones, conferencias, discotecas… Las meninas reales lo queremos tanto, que no sentimos celos entre nosotras y somos capaces de estar juntas con él sin agredirnos, mientras la sabiduría brota por la boca del maestro. Cuando yo he tenido el honor de acompañarle, mayormente a lo eventos artísticos, siempre aparece una pléyade de jovencitas, muchachas en flor, verdaderos bombones, que se le acercan para saludarlo y venerarlo, recordándole que han sido alumnas suyas. Ellas le dicen el nombre, él les sonríe y les dice que sí se acuerda de ellas, pero a mí siempre me queda la duda de que así sea, por la cara que pone, porque es despistado oficial, aunque también viejo zorro, y, sobre todo porque él siempre ha estado rodeado de belleza y está acostumbrado a ella, por lo que no le sorprende. Matías no se casó, pese a haber sido un guapo, atleta y asediado, porque es un tipo cabal y supo, desde muy pronto, que él no estaba hecho para las disciplinas y rigores del matrimonio.
Matías Díaz Padrón (El Hierro, Islas Canarias, 1934) historiador, profesor universitario, estudioso e investigador en la Pintura Flamenca y conservador del Museo del Prado hasta su jubilación, es un experto muy respetado en su especialidad y a él acuden los museos y coleccionistas de todo el mundo, que cuentan con cuadros de Jordaens, Van Dyck o Rubens, entre otros pintores flamencos, porque de ellos el profesor conoce su vida y sus obras, desde la cuna a la sepultura. De esos tres autores citados, el profesor Padrón ha escrito brillantes monografías publicadas por el Instituto Moll, que son tres libros de referencia obligada. El profesor habla bajo para obligar a sus interlocutores a escucharle con atención y cuando estos le dicen o hacen señas para que levante la voz, obedece por breves instantes para volver a los pocos segundos a su tono inicial.
El diplomático Ojeda, buen amigo suyo, dice que ha aprendido a leerle los labios y lo sigue perfectamente y si no, imagina lo que dice y son capaces de conversar así toda una tarde. Al profesor Díaz Padrón, le gusta citar a sus amigos y amigas –véase el plural femenino utilizado al uso- en la exquisita, minoritaria, reservada y decadente Gran Peña, en plena Gran Vía. Allí se está de manera cómoda y silenciosa para poder conversar a gusto -y mejor oírle-, a la par que el ambiente está bien refrigerado en verano y caliente en invierno. Además la Gran Peña no permite ordenadores y plaquetas en sus salones. Sus ujieres, como mayordomos solícitos, recuerdan gentilmente que se deben apagar esos aparatos. Todo un lujo de burgués que a Matías le encanta y también a los que nos hace partícipes de la institución en que es socio y lo tratan con veneración e inclinación de cabeza, cuando llega y saludan por su nombre a Don Matías.
El profesor invita generosamente por tandas y recientemente nos juntó al diplomático canario Juan Ojeda y a los periodistas canarios (Matías ejerce de canarión a todas horas) Federico Utrera, experto en Galdós y Fernando Canellada Crespo, subdirector de La Provincia. Yo era entre ellos un verso suelto, pero disfruté de su conversación sobre don Benito Pérez Galdós y sus particularidades en el universo femenino, o su viaje por el norte de África, de donde sacó material para su novela Aita Tettauen. Ojeda habló de la buena situación de la familia de Galdós en Canarias, por sus pingües extensiones de tierras y empresas. También hablamos del agua y su importancias, porque Ojeda lo sabe todo, y que dirigió el Canal de Isabel II y está escribiendo una tetralogía mítica y literaria sobre el líquido elemento, fundamental para la vida. De ahí se derivó al agua bebible que recogían los canarios del garoé, conocido como tilo, árbol sagrado de los bimaches, antiguos pobladores de la isla El Hierro, que recoge con su copa, rodeada de nubes del que caen gotas de agua. y de ella bebían sus habitantes. No olvidemos que la capital de la isla está situada en lo alto, por encima de las nubes. En suma una reunión de canariones ilustres que saben y enseñan sobre su tierra, allá donde vayan. Leer más.