Fernando Arrabal y Luce Moreau son una pareja de escritores poco conocida en España que se hacen llamar “Fando y Lis”, pero la personalidad del dramaturgo y la literata fue parcialmente desvelada en Radio Exterior de España a través de una charla con Federico Utrera y a propósito de sus últimas obras. La amistad y buena relación con ellos quedó en evidencia, hasta el punto que Utrera llegó a presentar en su “casa-museo” de París el libro “¡Houellebecq!” de Arrabal, del que fue editor. La experiencia resultó inolvidable. Ahora se reedita “Carta al General Franco”, y en su prólogo el autor menciona que será feliz el día en que deje de repasar en la memoria “los desastres de la guerra civil” y pueda dedicarse a las matemáticas. Sin embargo, el dramaturgo ha continuado buscando o recibiendo noticias de su padre, el joven teniente Fernando Arrabal. “¿Qué ha sido lo último que ha sabido de él?”, le preguntaron. Y la respuesta no tiene desperdicio.
La “Carta al General Franco” es desgarradora y conmueve por todo el sufrimiento que encierra y transmite. No sólo el de su padre, el suyo y el de su familia, sino también el de otros personajes, como aquel dramaturgo demócrata que trabajaba en Televisión Española y fue obligado a retirar su firma en un Manifiesto contra la tortura en las Comisarías. Arrabal escribe en el libro que en el Madrid de los años 50 creó una “Academia” con cuatro amigos (José Luis, Eduardo, Luis y José) con los que ponía ramilletes de laurel en la tumba abandonada del pintor Velázquez y leía poemas de Federico García Lorca y Miguel Hernández. También coincide con el dramaturgo Jacinto Benavente en las manifestaciones franquistas de la Plaza de Oriente a las que los escolares debían asistir por obligación. Los lectores más jóvenes se quedarán estupefactos al leer que en la España contemporánea existía la censura en la prensa y en el arte y Arrabal pone el ejemplo de su gremio, el del espectáculo, donde se impedía que se representaran obras de escritores antifranquistas. En esta charla, el dramaturgo recuerda qué obras le negaron poder llevar a las tablas en aquella época, desde los inocentes “Fando y Lis” o “Fiestas y ritos de la confusión”, –en realidad toda su obra estuvo prohibida– hasta “El árbol de Guernica”, que aún hoy encuentra dificultades para representarse fuera del País Vasco.
“España debe acoger a todos, tiene que terminar la discriminación que comenzó hace siglos”, le escribe Arrabal a Franco cuando estaba vivo. Y cuenta como “judíos y mahometanos tuvieron que camuflarse en cristianos”. Pero pone el ejemplo de su hija, a la que no dejan inscribir en la Embajada española de París porque sus padres no se casaron por la Iglesia, lo que le convertía en “soltero”. ¿Pudo arreglar por fin esa situación legal y su hija ser ciudadana francesa y española? Arrabal contesta que sí, pero al igual que Pablo Picasso, quien debía ir escoltado por sus amigos franceses cuando acudía a la embajada de su propio país, su “caso” no deja de ser paradigmático: va a cumplir pronto cuatro décadas de destierro.
Alguien podría pensar que “Carta al General Franco” es una misiva de odio y rencor, pero en realidad es una carta de amor con el propósito de que Franco “cambie” y delegue el poder en el pueblo. No lo hizo, pero Arrabal sufrió todo tipo de represalias y venganzas por publicar esa “carta”, como le dicen sus amigos en el libro. No fue simplemente indiferencia sino saña y obcecación frente al menos político de los escritores. Hasta en eso es diferente.
Sobre el libro “Monadas” de Luce Moreau, entrevistada también en Radio Exterior de España, Federico Utrera le plantea una primera pregunta a su autora: “Leyendo su libro me ha recordado el de fábulas de Esopo y sobre todo el de Tomás de Iriarte, que muchos consideraban de mayor calidad poética que el de Samaniego. Quería saber desde cuando cultiva usted este género, que tuvo una tradición muy arraigada en España y luego se evaporó, y si sus “Monadas” están dirigidas a un público adulto, infantil o a ambos”. Y ella responde que el libro se lo dedicó a sus nietos, aunque seguramente lo lean cuando ya sean adultos.
Luce Moreau, desenvuelta y natural en su papel de escritora, abandona su rol de acompañante y tiene el buen gusto de encabezar su libro con una cita de Miguel de Cervantes en “El Quijote”: los hombres han aprendido muchas cosas de importancia de las bestias, como por ejemplo, de la cigüeña “el clistel”. En el diccionario de la RAE “clistel” es el instrumento para los enemas que se introducía por el ano e inevitablemente se piensa en la ironía de Cervantes aludiendo al pico de la cigüeña. Pero la cigüeña no se ha ganado, como el buho, que la autora le retrate fielmente “aunque siempre haya meditado / para ser un modelo excelente”. Así, entre risas, Luce Moreau desvela cual fue el criterio para escoger a sus animales de estas graciosas “Monadas”.
En ese mismo texto cervantino, nos dice el autor: “de los elefantes, la honestidad”. Y para Luce Moreau la trompa del elefante “nuestra elocuencia estimula, si está inquieto, ella está matula”. Esta última es una palabra de origen árabe que significa «torcida». El lector se ríe mucho con su elefante, un animal al que se subió Ramón Gómez de la Serna para hacer una de sus célebres “perfomance” con su conferencia subido a uno de ellos en un circo. Y de nuevo Cervantes, en el «Coloquio de los perros», le otorga el primer nivel de entendimiento, porque aunque no hablaba, «tampoco hablaba de improviso», añade con sorna. Los animales de Luce Moreau tampoco hablan sino que es la autora la que habla con ellos. ¿Por qué? La inspiración es el francés Jean de La Fontaine y la esposa de Arrabal explica por qué.
Por último Utrera le propone a Luce un juego, algo surrealista pero un juego al fin y al cabo: ¿Qué animales le obsequiaría a los siguientes escritores que ella ha traducido o ha tenido relación y por qué? Y responde: A Roland Topor, un delfín; a Camino José Cela, un oso; a Samuel Beckett, una cigüeña; a Alejandro Jodorowski, un loro y a Fernando Arrabal… un león. Y toda esta fauna aderezada con los jugosos e interesantes comentarios de una escritora que ha vivido siempre a la voluntaria sombra de un dramaturgo genial.
leí Fando et Lys en 1967, creo que me lo llevé de la libreria siempre amiga Maspero.
Me entusiasmó y creo que formó parte de mi «educación sentimental» de entonces joven sesentayochista.
De tanto en cuanto, releo esa delicia de sabiduría poética.