FEDERICO UTRERA. Por muy inoperantes que sean nuestros políticos, el desbarajuste de esta pandemia no es culpa suya. Pasó antes, ocurre ahora y sucederá después: nadie vivirá para contarlo en 2120 y las reseñas históricas se olvidarán, como nos resultan tan lejanas las de 1918. Sin embargo, gracias a esa inevitable miopía debemos agradecer la irrupción de una nueva «generación de recambio» político, que no forzosamente parece que vaya a ser más joven. Más bien al contrario. Si seguimos las leyes de la evolución fractal y helicoidal democracia-oligocracia-autocracia que se repiten invariablemente desde los tiempos de Grecia y Roma, ahora tocaría un nuevo régimen -esta vez global, no queda otra– más basado en la meritocracia técnica (Santayana) que en el populismo partidario. Razones económicas obligan y las clases políticas parecen no estar demasiado formadas para afrontar un cambio tan imprescindible y radical. Y una vez más es cierto que los cementerios están llenos de gente imprescindible.
No, la pandemia de coronavirus no es culpa de los políticos, aunque lo parezca. Ni de las tres derechas, las dos izquierdas, independentistas, abertzales, animalistas, veganos, LGTB, Antitaurinos o de Teruel. Tirarse los muertos a la cabeza no deja de ser un divertimento muy latino, tanto como el «duelo a garrotazos» de Goya. Sin embargo, el enfoque más inteligente no es preguntarse cuando va a acabar la pesadilla sanitaria -a la que seguirá una más que probable recesión económica de caballo, aún mayor que el «crack» del 29– sino qué países saldrán primero de ella y cuales ocuparán el vagón de cola. A esta pandemia, más pronto o más tarde, vendrá una réplica (siempre ha sido así) y entonces, tras tropezar dos veces con la misma piedra -¿les suena?- lo que hoy es solo posible se hará inevitable.
Solo un Gobierno global que ordene medidas más inflexibles de seguimiento (control), aislamiento, salubridad y vacunación (cuando llegue) podrá controlar la gradualidad en la inmunidad colectiva del 80% para evitar colapsos sanitarios. La actuación de los sanitarios de España fue definida como «kamikace» por The New York Times, lo que hace dudar de que tuviéramos «la mejor sanidad del mundo» por muy heroico que haya sido su sacrificio, pues la calidad no exige heroicidad sino eficiencia. Algo hicimos mal y los políticos no deberían ni siquiera entrar en ese debate técnico sobre la distribución de los recursos sanitarios. En esto -ni en nada– conviene mirarse demasiado al ombligo. Los primeros en atravesar la línea de meta han sido China, Corea del Sur y Alemania, mientras EE.UU y Gran Bretaña naufragan, pero nadie presume de que sean la mejor Sanidad del mundo mundial. Próximo capitulo: «El riesgo de contagio hace desaparecer las guerras pero también el derecho a manifestación».