Esther Zaplana.
A comienzos de su andadura, el feminismo tenía particular interés en alcanzar ciertos logros considerados fundamentales para el desarrollo social, así como para el avance del movimiento de emancipación de la mujer, no olvidando que entre sus entonces más polémicas reivindicaciones se encontraban la lucha por su plena integración en la educación, el mundo laboral, y la política. Tampoco hay que olvidar que por lo general las primeras décadas del siglo XX se caracterizan, al menos en Europa, por una creciente militarización y guerras sobre las cuales un copioso número de mujeres clamó en contra, resaltando sobretodo las secuelas que los conflictos bélicos engendraban. Muchas mujeres se consideraban entonces pacifistas, entendiendo por esto el no querer ‘combatir hasta que caiga el último hombre’. Sin embargo, son mucho menos frecuentes, desde una perspectiva feminista, las reflexiones teóricas contra el militarismo, la guerra y su antítesis, la paz. Una notable excepción es Virginia Woolf, que en Las tres guineas argumenta contra el militarismo y la guerra, y establece la conexión teórica entre la militarización/guerra y el patriarcado/masculinidad.
El discurso feminista español que se despliega en el marco del 98 puede ser concebido a la par del resurgimiento de una actitud crítica hacia la ideología liberal; ésta se había desarrollado a través de la dinámica actividad cultural y reformista llevada a cabo por el Krausismo, el cual influyó ya significativamente en el pensamiento español a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Aguado corrobora que el feminismo en España enlaza con una corriente de pensamiento que se remonta a la Ilustración, pero que representa una radicalización del humanismo liberal hacia el universalismo y el igualitarismo. El grupo de librepensadoras que emergen en este momento formularía sus postulados a partir de los discursos feministas europeos, pero compartirían además aspectos afines e inherentes al Regeneracionismo y la Generación del 98, entre cuyas preocupaciones se encontraba la repatriación y militarismo. En este contexto, Carmen de Burgos se convierte en maestra de enseñanza, escritora y periodista, y se nutre por tanto de los postulados e ideas progresistas y laicas del Regeneracionismo y Krausismo. La autora se implicó a fondo en las propuestas de la Generación del 98 y estuvo firmemente comprometida con los males sociales de España, lo que le llevó a adoptar una postura harto crítica hacia el tradicionalismo, a la vez que manifestaba una decisiva oposición a los horrores de la guerra y menosprecio hacia el patriotismo.
De Burgos aceptó el desafío de convertirse en corresponsal de guerra y se dispuso a viajar a Melilla en agosto de 1909 para seguir de cerca la guerra en Marruecos, más concretamente, la evolución de los acontecimientos que habían comenzado en julio tras la matanza de soldados españoles en el Rif. A su regreso a Madrid, de Burgos escribió En la guerra. En las primeras páginas del relato se establece ya la trama del conflicto colonial mediante la ironía, dirigida ésta a la actitud de turistas, curiosos y desocupados de todas partes congregados en Melilla ante la perspectiva de presenciar ‘el espectáculo de una de las pocas guerras donde se encuentra la tradición salvaje del odio de razas’. Críticas por parte de intelectuales contra expansión colonial española no era algo inaudito; Azpeitúa en Marruecos, la mala semilla resiente, por ejemplo, la escalada y el coste de los dispositivos militares: ‘Mil setecientos millones ha costado Marruecos a España desde que se declaró el Protectorado, porque hemos montado una lujosísima y complicada máquina militar y civil..’. De Burgos, por otra parte, no duda en atestiguar la paradoja que implica para España, heredera de la cultura musulmana, el arremeter contra los Moros en aras del progreso.
Durante su estancia en Melilla, de Burgos informaba regularmente al Heraldo de Madrid sobre el desarrollo de la guerra, pese a que sus artículos fueran sometidos a algún tipo de censura. La autora se lamentaba que la prensa no informara al lector objetivamente sobre lo que ocurría y fuera, por el contrario, un instrumento de poder, del poder militar y el ideal de patriotismo que había de silenciar el sufrimiento humano y restar importancia a la derrota y la muerte. El 10 de septiembre escribía en el Heraldo: ‘Nadie se mueve, la misa sigue (..) Tal vez en este mismo instante en que el sacerdote católico entona sus últimas preces van a reunirse con Alá algunos sectarios de Mahoma, destrozados por nuestros proyectiles’. En contraste, cuando escribe En la guerra, de Burgos siente más autonomía para escribir sobre su experiencia. La protagonista del relato, Alina, viaja a Melilla con su marido y es testigo presencial de la realidad diaria que circunda el desenlace de la batalla. De Burgos coloca en el centro de la narración al personaje femenino, lo que le permite articular una voz que exprese lo absurdo y la crueldad de la guerra. Alina nos ofrece una versión distinta en su descripción del mismo episodio de guerra, destacando, no tanto la preponderancia, sino la impotencia ante a la ejecución de una poderosa máquina de guerra.
….Se veía el fogonazo del tiro al salir del terrible tubo de hierro, la bala pasaba silbando sobre la cabeza de los cristianos (..) Pocos segundos después se escuchaba el eco de la detonación, repercutiendo de loma en loma, como una doliente queja. La misa no se interrumpió; todos continuaron tranquilos, indiferentes.
Influida por el humanismo liberal, todo el mundo a los ojos de Carmen de Burgos, incluyendo los soldados, se erigen como instrumento del poder militar. Podríamos decir, no obstante, que de Burgos no asocia de forma explícita el militarismo con la masculinidad, aunque sí cuestiona claramente el ideal de patriotismo, recubriéndolo bajo el tinte de la ironía: ‘ (Alina) se familiarizaba con el espectáculo pintoresco de la guerra, con el horror del mal necesario, (..) la alegría del triunfo alzándose sobre el dolor de las víctimas’. El horror de la guerra y el sufrimiento infringido a las víctimas que se desprende de determinados escritos de Carmen de Burgos nos permite reflexionar sobre su disconformidad, tanto con la guerra como con el poder político-militar. Aunque no analiza explícitamente el levantamiento de una máquina militar nacional, manifiesta abiertamente su rechazo al militarismo auspiciado por el poder. Sin embargo, su postura, tal cual se muestra, parece contener un sesgo marcadamente humanista: preocupación por todas las víctimas de guerra y agravio ante la indiferencia que la guerra provoca en general. La conexión entre la escalada militar y el poder masculino no es establecida por de Burgos, sino que será formulada por Virgina Woolf en Las tres guineas.
Woolf está convencida de que la división entre lo público y lo privado está relegando a las mujeres a una posición de inferioridad, subordinada. La división de estas esferas va además unida al patriarcado y a la guerra/militarismo, lo que lleva a Woolf al escepticismo a la hora de razonar el grave tema de la guerra (y su posible prevención): ‘En la vida de la nación hay dos mundos, el mundo de los hombres y el mundo de las mujeres. La naturaleza obró bien al encomendar al hombre la custodia de la familia y de la nación. El mundo de la mujer es su familia, su marido, sus hijos y su hogar’. Pero Woolf va más allá al establecer la conexión entre el surgimiento de regímenes autocráticos y la subyugación tanto de naciones como de mujeres, indicando claramente que da igual dónde encontremos al dictador: ‘…cuando lo encontramos en países extranjeros, es un animal muy peligroso y feo (..) Y está aquí, entre nosotros, alzando su repulsiva cabeza, escupiendo su veneno’. Estas aserciones plantean expresamente la cuestión de la exclusión de la mujer del poder en el análisis del militarismo.
Gill Plain aduce que Woolf en Las tres guineas pueda no querer razonar el por qué puede ser necesario recurrir a la guerra, ya que sus argumentos parecen defender el pacifismo a la vez de resaltar la aberración del insultante sistema patriarcal. A pesar de todo, Woolf analiza con detalle en su ensayo las dificultades con las que tropiezan las mujeres que viven en una sociedad que las ha relegado, y continua relegándolas, a un papel secundario mediante la presencia de separados discursos masculino /femenino y la perpetuación de la dualidad de lo público/privado. Estas consideraciones conducen a Woolf no sólo al rechazo del sistema patriarcal, sino también a pronunciar la necesidad que tienen las mujeres de integrarse en la esfera pública si se quiere prevenir la guerra. Sin embargo, esto crearía dilemas para la mujer, puesto que corre el riesgo de sacrificar su ‘diferencia’, sexual y cultural, al integrarse en una sociedad cuya edificación le ha sido ajena:
…nosotras, las hijas de los hombres con educación, nos encontramos entre la espada y la pared. A nuestra espalda, tenemos el sistema patriarcal; (..) Ante nosotras, tenemos el mundo de la vida pública.. (…) Es una alternativa en la que tenemos que escoger entre dos males. ¿No sería mejor que nos arrojáramos del puente al río, que abandonáramos el juego, que declarásemos que la vida humana, en su integridad, es un error, y, en consecuencia, nos la quitáramos?
La exclusión de la mujer de las profesiones, manteniéndola ajena, ‘extraña’, es suficiente para eximirlas de su plena participación en decisiones delicadas como es el tema militar. Su conocida aserción resume sus ideas:
…si tú insistes en protegerme, o en proteger a nuestra patria, quede claramente establecido y aceptado por ambas partes, fría y racionalmente, que luchas para satisfacer un instinto sexual en el que yo no puedo participar, para conseguir unos beneficios que no he compartido y probablemente no compartiré, pero que no luchas para satisfacer mis instintos, ni para protegerme o proteger a mi patria. Y la extraña proseguirá: Y así es por cuanto, en mi condición de mujer, no tengo patria. En mi condición de mujer, mi patria es el mundo entero.
Woolf no arguye aquí que las mujeres son innatamente pacifistas, sino que no tienen un interés nacional que defender. Barret señala que el argumento de Woolf sobre el pacifismo oscila un espinoso punto: si pretende defender una postura de ‘igualdad’, entendiendo las diferencias entre hombres y mujeres fruto del resultado histórico, no biológico, y apoyando por tanto la participación de hombres y mujeres en su tarea de construir un futuro más ‘andrógino’, o, por el contrario, si aspira a defender una política basada en la diferencia -diferente instinto, diferente experiencia- que confirmaría la identidad separada de hombres y mujeres, y les conduciría a futuros separados. A diferencia de Woolf, de Burgos no desarrolla un íntegro análisis sobre el militarismo desde una perspectiva feminista, aunque su aborrecimiento de la guerra le empuja a llevar una implacable campaña en contra. Escribió artículos como ‘¡Guerra a la guerra!’, donde hace un repaso y documenta diversos estudios sobre la guerra para terminar abogando por el pacifismo y el derecho del individuo a negarse a matar. No obstante, sus conclusiones, una vez más, están cargadas de un hondo sentido humanista:
Yo he visto la guerra, he presenciado la tristeza de la lucha; he contemplado el dolor de las heridas en las frías salas de hospitales, y he visto los muertos en el campo de batalla…Pero más que todo eso, me ha horrorizado la crueldad que la guerra despierta, cómo remueve el fango en nuestras almas, cómo nos habitúa con el sufrir ajeno hasta casi la indiferencia.
De todo esto se desprende que de Burgos y Woolf comparten una profunda aversión a la guerra, engarzando con discursos feministas que denuncian el horror que ésta conlleva, así como la escalada del militarismo. Sin embargo, mientras que de Burgos, integrada el pensamiento de las librepensadoras, está fuertemente influenciada por el humanismo liberal, las aserciones de Woolf sobre la guerra y la paz sugieren que los debates sobre la cuestión de la mujer se desenvolvían en términos de la superioridad y la inferioridad de los sexos. Como indica Plain, al destacar Woolf la naturaleza asfixiante y destructiva del patriarcado, contribuye significativamente en el adelanto de una posible y meritoria alternativa feminista. Por su parte, los escritos de de Burgos deparan en el sufrimiento de la guerra para ambos sexos, sustentando el pacifismo, y comprendiendo que la noción de ‘diferencia’ no debía comportar ni inferioridad (para la mujer como clase), ni ser un impedimento para los derechos de la mujer y su lucha por entrar en la esfera pública.