J. L. López Bretones.
Antonio Fernández Gil ha hecho sobradamente conocido el seudónimo de «Kayros» a través de su ya larga colaboración en diversos medios locales. Periodista de vocación y polemista por carácter -y también viceversa-, es autor asimismo de varios volúmenes de narrativa, poesía, ensayo y biografía, si bien la mayor parte de su escritura se halla repartida entre el columnismo de opinión y el artículo de fondo, en número que rebasa con holgura el millar. Conocedor como pocos de los entresijos de la sociedad y la cultura almerienses, desarrolla en esta entrevista sus puntos de vista señaladamente críticos en torno a nuestra forma de ser provincianos.
Pregunta: ¿Cuáles serían los rasgos principales, según tu parecer, que marcan el carácter de un habitante de provincias?
Respuesta: Quizá el principal rasgo haya que buscarlo precisamente en una reacción a la contra. Es decir, frente a la universalización y la globalización a las que parecemos abocados, se produce en el provinciano un moviento de vuelta hacia lo más próximo, hacia lo cercano. El desasosiego y las carencias íntimas que produce en el habitante de provincias esa dinámica de la globalización lo acaban llevando al amor por las pequeñas cosas: por su ciudad, por su pueblo, por el barrio. No obstante, si uno ha racionalizado convenientemente esa dinámica actual o ha vivido fuera de los ámbitos provincianos, regresar a la provincia puede ser algo positivo y enriquecedor. Pero si no ha sido así, la visión ombliguista y localista hace que los horizontes mentales se empobrezcan y la realidad se contemple desde una óptica deformada..
P.: ¿Te atreverías a apuntar algunos de los aspectos más acusados del carácter almeriense, incluso aquéllos que lo definirían como claramente provinciano?
R.: Sería difícil de determinar, pero tal vez sea, en efecto, esa actitud estrecha y pequeño burguesa con que siempre se han recibido aquí los fenómenos y las corrientes novedosas de todo tipo. Esto es algo que he denunciado a menudo en mis artículos. Para explicar con algún rigor lo que ha sucedido en Almería deberíamos remontarnos un poco en nuestra historia. A lo largo del siglo XIX, sobre todo en su segunda mitad, llegan a Almería una serie de familias de origen italiano, francés, belga, etc.; gente preparada y muy emprendedora que en seguida se hace con la industria de la minería, la más floreciente entonces y la que más beneficios reportaba. Pronto esa burguesía toma también el control político para salvaguardar sus intereses económicos y de clase. Esas familias y sus descendientes, emigrantes en su origen y de apellidos muy concretos, acaban con el tiempo por convertirse precisamente en la gente, digamos, más emblemática de Almería. Esta burguesía que fue en un principio emprendedora y en cierto modo «revolucionaria» se hizo conservadora y reaccionaria, aliándose ya en este siglo con las derechas que más tarde propiciaron el advenimiento del franquismo.
P.: ¿Serían esas, por tanto, las causas socio-históricas de la tradicional dificultad del almeriense para abrirse al exterior?
R.: Está claro. La sociedad almeriense ha sido siempre muy cerrada al estar dominada fundamentalmente por esa burguesía conservadora y también por la influencia de la Iglesia. En el arte, por ejemplo, el arraigado mantenimiento de unas concepciones de base religioso-teológicas, ha hecho que se haya reaccionado siempre en contra de las tendencias más vanguardistas, que se rechazara todo lo que no fuera una cierta mímesis de la naturaleza. Y esa situación, aunque ya no es parangonable con épocas pasadas, se sigue dando aún como rémora de aquella ideología retrógrada. Incluso los que conocen y gustan de las tendencias más modernas siguen cultivando con frecuencia un arte «antiguo» porque es lo que más demanda la sociedad almeriense.
P.: Hace unos doce años, en el prólogo a un libro de entrevistas, te referías a Almería como «una provincia maldita, geológica y políticamente dormida». ¿Ha cambiado desde entonces tu visión de las cosas ¿Ha cambiado en algo esta provincia?
R.: Al escribir eso no hacía sino referirme a una idea que ya llevaba tiempo en circulación y que volvió a irrumpir con fuerza a finales de la década de los 60 y principios de los 70, sobre todo a raíz de la aparición de algunos libros de gente como José María Artero, Fausto Romero y otros. Eso coincidió con el declive de la exportación de la naranja y de la uva y con los comienzos del cultivo bajo plástico, que ha cambiado radicalmente las bases de la economía almeriense. Surgió así otro grupo social emprendedor que se vio rápidamente enriquecido, pero que en realidad se halla desclasado, pues su florecimiento económico no estuvo acompañado, o no venía apoyado, por unas sólidas bases culturales. El resultado ha sido una nueva clase reaccionaria, sin interés real por la cultura, por su aspecto revolucionario y modernizador, sino más bien apegado a un sentimentalismo pequeño burgués y a un mero interés por los aspectos más externos y superficiales de la cultura. Aunque las cosas han cambiado un tanto desde entonces, el camino se adivina todavía largo y lleno de complejidades.
P.: ¿Qué me dices entonces del papel ejercido en décadas anteriores por los indalianos, por el grupo AFAL o por personas como Celia Viñas o el propio Artero?
R.: Ellos contribuyeron, desde luego, a ensanchar los reducidísimos horizontes de esta provincia en unos años en los que todo era incomparablemente más difícil que ahora. Es verdad que los indalianos, por ejemplo, lograron universalizar en cierta medida el paisaje de Almería, favoreciendo que lo nuestro se publicitase y fuese conocido en el exterior. Pero fíjate que los motivos más repetidos en sus cuadros eran el paisaje rural, los tipos campesinos, los pescadores, las marinas, el pueblecito, las Chancas, etc. Es decir, todo ese mundo sentimental profundamente apegado al terruño y, en consecuencia, limitado y estrecho: provinciano, una vez más.
P.: Por último, y por enlazar con el inicio de nuestra conversación, me gustaría que me comentases brevemente las ventajas e inconvenientes de vivir en provincias.
R.: Entre las primeras, está sobre todo la inmediatez del trato, la facilidad del encuentro amistoso y el modelo humano de relaciones que eso conlleva, bastante distinto del que podemos hallar en las grandes urbes. En cuanto a los inconvenientes, volvería a referirme a esa visión estrecha y pacata de los acontecimientos, a ese afán por jugar aún con los símbolos. Y me estoy refiriendo, en concreto, a ese interés que hubo aquí por crear una especie de cosmología disparatada alrededor del indalo, propia de una sociedad agrícola fuertemente supersticiosa y clerical, muy poco cultivada. De todas formas, y a pesar de esto último, creo que en general ya no se puede establecer como en otro tiempo esa oposición tan marcada entre el centro y la periferia. Pienso que el sentido peyorativo y despectivo de lo provinciano irá dejando de funcionar progresivamente. En el momento actual tenemos en Almería potencialmente todos los medios a nuestro alcance para sacudirnos de una vez los obstáculos y los lastres del pasado: sólo falta que nos desprendamos de la desidia y el conformismo. Confío en que los rasgos más característicos del almeriense, que, como mediterráneos que somos, le vienen dados por las bondades del clima, acaben por estimular una forma de vida y de relaciones más vitalistas y receptivas. Más volcadas, en definitiva, hacia el exterior.
Antonio Fernández Gil «Kayros»
Bibliografía
Concierto de clavicémbalo (1977). Romance anónimo del Río Andarax (1981). La caída de Salvador Allende y la prensa (1983). Los pintores de Argar (1987). Narradores almerienses contemporáneos, 1936-1988 (1991). Cuadernos de Retamar (1994). Jesús de Perceval. Biografía (1996)