A pesar de su enorme prestigio intelectual y de la significación ética y literaria que ha alcanzado en Europa, José Angel Valente sufrió antes de morir cierta contestación en Almería y fue una presencia incómoda para algunos personajes que ocupan cargos institucionales en nuestra ciudad. Con el fin de que nuestros lectores -y los citados responsables culturales, universitarios y políticos- se hagan cargo de la verdadera dimensión de su obra, que algunos críticos consideran heredera de la poética de San Juan de la Cruz, reproducimos el artículo del profesor Claudio Rodríguez Fer, publicado por la Residencia de Estudiantes y Alianza Editorial con motivo del homenaje que recibió en Madrid.
José Ángel Valente, sin duda uno de los escritores más importantes y significativos de la literatura española de postguerra, es también una de las personalidades intelectuales más relevantes y particulares de la cultura europea del siglo XX, tal como creemos que evidencia la polifónica compilación de estudios que le dedicamos en el volumen de la serie El escritor y la Crítica (Taurus, 1992) a él consagrado.
Nacido en Ourense el 25 de abril de 1929, Valente vivió su infancia y su adolescencia en Galicia, en cuya Universidad -la de Santiago, la única entonces existente- comenzó a estudiar Derecho. En los años cuarenta publicó versos en gallego y se relacionó con el galleguismo cultural, actitud lingüística que rebrotará en los años ochenta con el poemario Sete cántigas de alén (1981), luego ampliado en Cántigas de alén (1989), y con otros escritos en prosa de motivación galaica, que hemos recogido, junto a nuevos poemas gallegos, en Material Valente (1994). Además, Galicia -y particularmente su ciudad natal- tiene también una notoria presencia en su obra en castellano.
Instalado en Madrid en 1947, se licenció allí en Filología Románica y se vinculó a las más activas plataformas culturales de la postguerra en España, adoptando un lúcido y responsable posicionamiento crítico. Desde 1955 fue miembro del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Oxford, donde recibió el grado de Master of Arts, y, desde 1958, ejerció como funcionario de la Organización de las Naciones Unidas en Ginebra.
El inevitable distanciamiento de los mundillos culturales españoles y su consiguiente inmersión en el conjunto de la vida intelectual europea acentuaron aún más, si cabe, su serena independencia y su conexión con interesantes manifestaciones artísticas y literarias del continente, aunque en todo momento se mantuvo preocupado por la situación sociopolítica española en activa solidaridad antifranquista, como revela, por ejemplo, su colaboración con las iniciativas de los emigrantes gallegos y no gallegos en Suiza.
A partir de 1975 residió, sucesivamente, en Collongues-sous-Salève, localidad ubicada en la Alta Saboya francesa, y París. En 1985 estableció residencia en Almería, que actualmente compagina conlas de Ginebra y París. Reconocido mundialmente en los más exigentes medios culturales como un creador y como un intelectual fundamental en el panorama europeo de fin del milenio, su presencia en la vida artística y literaria internacional es ya tan necesaria como imprescindible en lo ético y en lo estético.
Trayectoria poética
SU trayectoria poética castellana es sobradamente conocida por el lugar central que ocupa en la literatura española de postguerra y por su progresiva apertura a la más avanzada modernidad europea. Así lo atestiguan sus libros y opúsculos, que, tras A modo de esperanza (1955), fueron apareciendo en los años sesenta -Poemas a Lázaro (1960), La memoria y los signos (1966), Siete representaciones (1967), Breve son (1968),- setenta -Presentación y memorial para un monumento (1970), El inocente (1970), Interior con figuras (1976), Material memoria (1978)- ochenta -Tres lecciones de tinieblas (1980), Estancias (1981), Tránsito (1982), Mandorla (1982), El fulgor (1984), Nueve poemas (1986), Al dios del lugar (1989)- y noventa -No amanece el cantor (1992), Nadie (1994), Catro poemas inéditos (1995).
Con el título de Punto cero recogió su poesía en 1972 (incluyendo también Treinta y siete fragmentos, obra no publicada en edición independiente hasta 1989) y en 1980, tras lo que reunió su producción posterior a dicha fecha en 1989 con el título de Material memoria. Fue antologado en Noventa y nueve poemas (1981) por José Miguel Ullán, y en Entrada en materia (1985) por Jacques Ancet, así como traducido al francés, portugués, italiano, inglés y alemán en libros y revistas editados en Francia, Canadá, Bélgica, Portugal, Italia, Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania. Además, alguno de sus poemas castellanos fue traducido al gallego, mientras que su obra en gallego fue traducida al castellano y al catalán. Esporádicamente, escribió también versos en francés, como los contenidos en el pliego A Madame Chi, en remerciement du réveil (1982). (…)
Narrativa y ensayo
Cultivador de la más rigurosa prosa poética y narrativa, su primera obra de este género, Número trece (1971), fue secuestrada por la censura franquista y le ocasionó un auto de procesamiento, pero pudo ser parcialmente reunida en El fin de la edad de plata (1973), ciclo complementado más adelante con Nueve enunciaciones (1982) y finalmente reunido en El fin de la edad de plata seguido de Nueve enunciaciones (1995).
Colaboró muy asiduamente en la prensa cultural española de postguerra, a veces de modo polémico, pero siempre esclarecedor. Buena parte de sus ensayos esparcidos por medios diversos fueron reunidos en Las palabras de la tribu (1971) y en La piedra y el centro (1983). A este último volumen incorporó su «Ensayo sobre Miguel de Molinos», que había servido de introducción a la edición de Guía espiritual, seguida de Fragmentos de la «Defensa de la contemplación», de dicho místico heterodoxo (1974), textos sobre los que volvió en prólogo y edición posteriores (1989). Como Lectura en Tenerife (1989) fue publicada una presentación y selección de textos propios leídos en dicha isla. Posteriormente, publicó Variaciones sobre el pájaro y la red en volumen compartido con La piedra y el centro (1991). En la misma línea, prologó Cántico espiritual y Poesías. Manuscrito de Jaén (1991), de San Juan de la Cruz, y coeditó, con José Lara Garido, Hermenéutica y mística: San Juan de la Cruz (1995).
Reconocimiento y heterodoxia
EL reconocimiento crítico de la obra en verso y en prosa de José Ángel Valente fue inmediato y perdurable, aunque no siempre estuvo a la altura de su calidad literaria. Su primer libro, A modo de esperanza, obtuvo el Premio Adonais de 1954, mientras que el segundo, Poemas a Lázaro, recibió el Premio de la Crítica en 1960. Después de un cierto desapego de los medios culturales españoles en beneficio de su independencia moral y creativa, se reanudó su reconocimiento en aquéllos al concedérsele de nuevo el Premio de la Crítica (en 1980, por Tres lecciones de tinieblas), el Premio de la Fundación Pablo Iglesias (en 1984), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (en 1988), el Premio Nacional de Poesía (en 1993, por No amanece el cantor) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 1999, por el conjunto de su obra. Por lo demás, desde el principio, su obra mereció la atención de importantes estudiosos y escritores, a veces significativamente relacionados con espacios diversos de Europa, de África y de América, como puede comprobarse en la ya muy nutrida bibliografía existente sobre aquélla. (…)
Manifestación de la verdadera vanguardia y conciencia crítica de la sociedad contemporánea, la obra literaria y la reflexión intelectual de José Ángel Valente constituyen, en suma, una aportación honesta, radical, completa y absolutamente ejemplar a la cultura de la búsqueda y del conocimiento.