FEDERICO UTRERA. Para los que tenemos el vicio de leer y creer junto a la virtud de dudar y actuar ha sido un hallazgo el libro «Poder mundial y salud. Comparación histórica de pandemias de gripe. Los casos de 1918-19 y 2009-10«, que la colombiana Liliana Henao-Kaffure escribió en parte en Sevilla como tesis doctoral. Gracias a esta experta sabemos que los virus habitan entre nosotros antes que los humanos poblaran la tierra. El bichito, como ya sabemos todos, es anterior a los 70.000 años del homo sapiens y a los 200.000 años del africano oriental. Incluso previo a los 2,5 millones de años anteriores al homo africano y coetáneo a los 3.800 millones de años, cuando emergieron los organismos. Quizás llegara hace 13.500 millones de años con la expansión del Universo, de los átomos y las moléculas, de la materia y la energía.
Este cuento, por lo tanto, ya lo habíamos vivido, pero no habíamos reparado nunca porque nadie antes lo había escrito. Según el citado estudio, todas las pandemias han traído cambios en el mundo que evidencian que un pequeño virus mueve más que las mayores revoluciones políticas, militares y sociales, por mucho que estas ocupen más páginas en los libros de historia. De hecho, la gripe fue más relevante en términos mortíferos y políticos que las dos guerras mundiales del siglo XX y apenas ocupa unas líneas en los tratados. Habrá que cambiar entonces los manuales, ya hay tarea secular para los nuevos historiadores. Así, la igualdad laboral de la mujer no se admite solo por la labor precursora de mi admirada Carmen de Burgos «Colombine» sino por la acusada merma poblacional masculina que provocó la gripe de 1908 y su necesidad de repuestos, lo que acabó con los prejuicios. De la misma forma que el SIDA popularizó los preservativos y frenó algo la tasa de natalidad humana, cada pandemia (peste o gripe) acaba con un ciclo de hegemonía económica para dar paso a otro. Y anida en los excesos humanos del anterior: los virus disfrutan en sistemas inmunológicos precarios fruto del estrés, el hacinamiento, la guerra y la miseria o al contrario: la sobremedicación, el exceso de protección y la frágil superabundancia. Así, el ciclo genovés, holandés, británico y estadounidense, que dará entrada quizás al chino, ya que Rusia, entre otras cosas, expide con esta pandemia su certificado de defunción como gran potencia, ya perceptible tras la guerra fría.
La resaca de esta renovada plaga bíblica tampoco es inimaginable: la recesión y la subida astronómica del desempleo va a ser tan dramática que, o están los políticos más hábiles que de costumbre o la marea va a ser aun peor para ellos que el virus. De los cientos de artículos leídos, me quedo con el de una modesta periodista, Miriam González, en El Confidencial: «Malos gobernantes para malos momentos«. En él explica como, pese a ese ancestral complejo de culpa judeocristiano que arrastramos los españoles, la situación no va a ser peor que en otros sitios. En el Reino Unido los científicos se han tenido que unir para poner en cuestión la arriesgadísima política del Gobierno, por no hablar de EE.UU o Mexico. «Hoy hay muchos presidentes y primeros ministros -y alcaldes y concejales añadiría yo– que están ahí simplemente por un voto de castigo al sistema precedente: unos son mediocres, otros solamente efectistas, varios son mentirosos compulsivos, etc. En condiciones normales esos políticos nunca hubieran llegado a los gobiernos. Y más o menos logran capear las cosas cuando todo va bien, pero se convierten en parte del desastre cuando todo va mal«. Esto ratifica el viejo aforismo español: «Otros llegarán que bueno te harán».
Y ya están aquí: «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos«, escribió Ferlosio y no hace falta ser Arrabal («todo poeta es siempre un visionario») para saber que toda esta farsa que es la vida siempre acaba muy mal. De ahí se concluye que el siglo XXI, a pesar de este cierre momentáneo de fronteras, será global o no será, aunque ahora regresarán momentáneamente los nacionalismos -que nunca se fueron-, las autarquías y las vallas. Sin embargo, de esta crisis no se sale por sí solo. ¿Cuántas vidas y haciendas costará aprenderlo? Los más listos de la clase, como lo eran los norteamericanos en 1929, tardaron 4 años en elegir a Roosevelt para poner en marcha el New Deal. Una vez que se salvó la familia del gran jefe, los primos fueron detrás: diez años tardó la conferencia de Bretton Woods en adoptar el modelo global de patrón oro para los países desarrollados. Hoy las cosas van más deprisa pero no sé si tanto como quienes piensan que «en abril, lluvias mil», borrón y cuenta nueva y aquí no ha pasado nada porque cada mochuelo regresará a su olivo. Tampoco hagan caso a los agoreros, que ya existían entre nuestras viajeras élites desde los tiempos de las migraciones paleolíticas y los últimos neerdentales y cromañones, especies humanas extinguidas con hipótesis científicas que no descartan que el genocida fuera también otro patógeno.
La Torre de Babel siempre fue una quimera bíblica y esperemos que ese soñado Gobierno del Mundo que la ONU o la OMS solo han sido capaces de arbitrar pero nunca dirigir se haga ahora verosímil por la fuerza de los hechos y no solo de la sangre o el estado de excepción, hoy bajo el eufemismo de «alerta». Una persona sola o un país solo no puede hacer frente a tamaña catástrofe, que ha echado por tierra además las principales supercherías y profecías, tanto bíblicas como contemporáneas, ya sean de Nostradamus o de Baba Vanga. Nadie predijo esto, dicho esto con todos los respetos hacia la parte irracional e invisible que todo ser humano comporta y que tanto hace girar el planeta. Cuando apenas habíamos sacado la cabeza de la crisis de 2008 y empezaba a verse algo de luz al final del túnel, regresan estos tiempos de cólera y estupefacción, esta vez aderezados por coronavirus. Ello demuestra una vez más que, como dicen los sabios, todo es manifiestamente empeorable.
Se le atribuye al innombrable el sabio refrán «no hay mal que por bien no venga», pero es la web Cervantes Virtual quien aclara que fue antes aquel «Si me quebré el pie, fue por bien» (La Celestina, 1.499), que retoma un siglo después el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán (1.599). Cervantes lo adapta con su célebre «no hay libro tan malo que no tenga algo bueno» y el hispanomexicano Juan Ruiz de Alarcón (1.630) titula así una de sus obras moralizantes de las que tanto escarnio hicieron Góngora, Quevedo y Lope. Por último, Baltasar Gracián lo desarrolló en El Criticón III (1.657) y con estos antecedentes es digno el aforismo de tenerse en cuenta. Quiere esto decir que las cosas suceden porque así deben ocurrir, más allá de los seres humanos y sus penosas circunstancias. Dicho lo cual ¿Que se puede obtener dichoso de esta horrenda masacre vírica?
Quien diga que lo sabe, miente. Y ahora regresará el ejército de vendedores de crecepelo subido a la tribuna de oradores. Mientras tanto, habrá que acomodarse con humildad, adaptarse al teletrabajo, confiar en la renta universal y la distribución del empleo para evitar la execrable lacra del paro, certificar que el capitalismo -la organización económica que más prosperidad ha traído al planeta Tierra- no es nada sin una justa redistribución –que es diferente a la falsa igualdad- y que la sanidad y la educación no pueden ser nunca un privilegio, pero jamás entendidas como un estamento burocrático más de los que hay que empezar a aligerar. Y no lo digo solo por lo que ocurre en la pequeña y decadente Europa sino por el resto del ancho mundo que aspira a parecerse a ella. Que haya aún 6 sórdidas guerras africanas y asiáticas en el planeta, con sus niños malnutridos y niños soldado junto a enfermedades que podrían solventarse con solo 1 dólar o euro por vacuna, es algo que le debemos a la reflexión forzosa y domiciliaria que está provocando el coronavirus. Y ojalá que los cambios no tarden tanto como los medios y las acciones contra esta conocida, homicida y mutante enfermedad gripal.