Editorial Hijos de Muley Rubio

Poemas: Valente y los Panero

Calle del poeta Leopoldo Panero (Astorga)
Calle del poeta Leopoldo Panero (Astorga)

HIJO MÍO
Desde mi vieja orilla, desde la fe que siento,
hacia la luz primera que toma el alma pura,
voy contigo, hijo mío, por el camino lento
de este amor que me crece como mansa locura.

Voy contigo, hijo mío, frenesí soñoliento
de mi carne, palabra de mi callada hondura,
música que alguien pulsa no sé dónde, en el viento,
no sé dónde, hijo mío, desde mi orilla oscura.

Voy, me llevas, se torna crédula mi mirada,
me empujas levemente (ya casi siento el frío);
me invitas a la sombra que se hunde en mi pisada,

me arrastras de la mano… Y en tu ignorancia fío,
y a tu amor me abandono sin que me quede nada,
terriblemente solo, no sé dónde, hijo mío.

Leopoldo Panero 

*Soneto alejandrino Por el Roman d’Alexandre, poema francés del siglo XII). adj. Se dice del verso de catorce sílabas, dividido en dos hemistiquios Incluido en Antología Cátedra de Poesía de las Letras Hispánicas. Selección e introducción de José Francisco Ruiz Casanova. Cátedra Letras Hispánicas. 500. Ediciones Cátedra S.A. 1998. 

Valente bailando en La Chanca (foto Chevalier),
Valente bailando en La Chanca (foto Chevalier)

NUEVE AFORISMOS PARA UN NEOJOVEN
Es atributo conocido del joven pertinaz decir cosas triviales,
pero dando a la vez sonoros sorbetones en la sopa,
y salpicando de paso si es posible,
para que al fin le presten atención.

De sorbetón y sopa no colada
podría dar ejemplo esta expeditiva trivialidad,
emitida además en revista ilustrada:
«No necesito decir que Machado no me gusta:
es como poesía para el bachillerato».
Cabe esperar que los jóvenes realmente probados
tengan mas capacidad
para absorber sus traumas de bachillerato
que este microjoven infeliz.

Nada hay que exija más pudor que el elogio.
Pero también ha de ser pudoroso el disentimiento.
Cuestión de pedagógico pudor es, por supuesto,
la de disentir de jóvenes presuntos,
sobre todo cuando éstos hacen de su juventud
vagamente ficticia
una prolongada profesión.

El escritor es en rigor anónimo.
No se le reconoce por su vida.
En realidad, su vida se ha desconocido siempre.
Algunos jóvenes perpetuos
-que ocupan la juventud como si fuera silla de academia-
hacen desde la vida gestos desesperados
para existir en la escritura.
Se equivocan.
Son dos órdenes distintos de existencia.
Cubren la anticipada frustración a voces.
Pequeñas plataformas parroquiales de fofo escándalo.
Nada, en suma. ¿No estará también la vida misma
vacuamente falsificada?

Poco hay peor que el joven persistente
y el repetido gesto del payaso abolido.

Hay una especie de sobrepreciación de la vida
que cubre un vergonzante deseo
de existir más en la escritura.
Muy romántico,
aunque sólo en el sentido vulgar y peor de la palabra.
Deseo de existir que se equivoca
y da por repetición en lo grotesco.
Ya es difícil justipreciar la propia vida.
Mas difícil aun la de los otros.
Hablando de ajenas vidas,
que para mayor abundancia desconoce,
labora el joven pertinaz «pro domo sua».
Que penoso deseo de darse una coartada.

Ningún anacronismo mas triste
que el «enfant terrible» prematuramente envejecido
y ya sólo terrible
por los disgustos que causa a su mamá.
La mamá se pone los disgustos del niño a contrapelo
-que hacer, al fin y al cabo-,
como sombrero audaz que la hace más moderna.

Luego se exhiben juntos, comerciales y tiernos,
En películas ñoñas,
para escándalo burdo de burgueses de pueblo.
Desencanto.
Sí, que desencanto o que infelicidad, Panero.

No ha de confundirse la escritura
con la insistente exhibición de un ego
en definitiva escasamente eréctil que,
una vez quemados los cohetes efímeros del ingenio precoz,
se queda fofo, pesado, macrocéfalo.

Jose Ángel Valente (1980)

Juan Luis Panero
Juan Luis Panero

LOS PERROS EN LA NOCHE DE AGOSTO
Ladran los perros en la noche de agosto
y los árboles están quietos, ni una hoja se mueve.
Ladran los perros y un perdido pasado también ladra
o maldice o reclama la visión del amanecer.
Es el verano, agosto ardiente, el hielo derritiéndose en el vaso,
polvo y moscas, frenazos, sirenas de ambulancias.
Los perros ladran, tal vez pregunten
el porqué de esta noche, de esta historia,
ignoran que el tiempo repite
sus inútiles lamentos, que el silencio
adivina otro silencio, otra sombra, la sombra.

Juan Luis Panero (Aula de Poesía de Almería. 2002)

EXTRAÑO OFICIO
Poeta en tiempo de miseria,
en tiempo de mentira y de infidelidad.

José Ángel Valente

Poeta en tiempo de miseria, en tiempo de mentira
y de infidelidad, y de ellas, no altivo juez,
espectador atónito, menos aún, habitante alegre de la ignorancia.
Poeta de esta hora, testigo absorto tantas veces
de injusticia o de lágrimas, silencioso participante en ellas.
Trabajador de las palabras, levantando muros,
Cerradas cárceles donde sólo la memoria habita.
Letras y sílabas, torpemente aprendidas, elevándose
inútiles junto a la firme realidad de unas manos,
de unos ojos que piden simplemente vivir.
Extraño oficio, viejo como los árboles
y como las rocas firme, a través de los aciagos días,
hasta llegar a este momento, ante el blanco papel,
que antes fuera dorado pergamino,
canción de pueblo humildemente recordada.
Duro destino, ser voz sobre otros hombres,
pero también, vecino último de la propia infancia,
acobardada sombra entre la soledad y el sueño.
Apenas hoy, rincón oculto de ternura,
lugar bañado de risa y sol de estío,
se ofrecen al que de su vocación así dispuso.
Y el seco estampido de los disparos
o la apagada pupila frente al amanecer,
son historia ejemplar, iluminado aviso,
para aquel que, con sólo la verdad por cimiento,
construye terco su esperanza y la escribe
cuando camina hacia su fin.

Juan Luis Panero. A través del tiempo (1968).

FRENTE A LA ESTATUA DEL POETA LEOPOLDO PANERO
Poeta húmedo como Darío
te define Oreste Macrí
en la última edición de su antología.
Por supuesto no descubre nada nuevo,
el asunto de tu bebida ha dado ya mucho que hablar
y por otro lado la comparación con Rubén Darío es bastante honorable.
También se han comentado tus proezas en los burdeles
y algunos de tus amigos las suelen repetir
adornándolas con pintorescos detalles
(aunque es muy posible que esto te divertiría saberlo).
En cuanto a los arranques violentos de tu genio
para que mencionar lo que todos sabemos.
Sin embargo, para la Historia ya eres:
cristiano viejo, caballero de Astorga,
esposo inolvidable, paladín de los justos.
Y también en todo eso hay algo de verdad.
Sin duda eras un tipo raro y bien curioso.
Rojo para unos, amigo de Vallejo, condenado en San Marcos,
y azul para los otros, amigo de Foxá, poeta del franquismo.
«La caterva infiel de los Panero,
los asesinos de los ruiseñores»,
que airadamente escribió Neruda.
Y tu final -gordo y escéptico-,
con tus trajes ingleses que tanto te gustaban
y tu whisky en la mano, trabajando para una compañía norteamericana.
Y años después canonizado en revistas y libros
(excepto la alusión de Macrí), números de homenaje
y las calles de Leopoldo Panero
y las lápidas de Leopoldo Panero
y el premio Leopoldo Panero
y el colegio Leopoldo Panero
y tu efigie entre otras ilustres
en los muros solemnes del Ateneo
y por fin esta estatua de Lepoldo Panero
que contemplo en un helado atardecer
mientras llueve a lo lejos sobre el Teleno.
De verdad, me gustaría saber
si los muertos conservan un cierto sentido del humor
y frente a tu noble cabeza de patricio romano
(que podría escribir cualquier cretino)
«poeta arraigado», «poeta de la esperanza»,
«leonés sajonizado», «hombre de secreto»,
«eximio vate», «gloria de nuestras letras»,
etc.,etc.,etc.,
con tu libro de piedra sobre las rodillas
y tus ojos perdidos -extraño personaje-
puedes sonreir irónico y distante,
pensando en tu batalla perdida de antemano.
Yo así te lo deseo y no sin cierta envidia
-estar muerto en España es un lujo envidiable-
esta noche en tu casa mientras me sirvo un whisky
y en el pesado vaso de cristal rayado
el alcohol venerable y tu hijo primogénito
(por supuesto menos venerable) te rinden
-y no es broma- su más fiel homenaje.

Juan Luis Panero. Desapariciones y fracasos (1978).

MADERA Y CENIZA
Hablamos de sórdida política o de alguien que acaba de llamar,
de los cambios del día y los golpes de la tramontana,
todo sin importancia o demasiado importante,
a veces aburrido y desde luego íntimo, poco grandilocuente.
Después de tantos años conocemos las preguntas y sus vagas respuestas,
pero aún así surgen las palabras, que se esfuman
como el humo de los cigarrillos o de la chimenea.
Impasible como la madera, indescifrable como la ceniza,
asisto a tu remota presencia -tan cercana-
sabiendo que tus labios y esta copa roja
sólo anuncian, reflejan, un tiempo de derrota.

Juan Luis Panero. Los viajes sin fin (1993).

 

Leopoldo María Panero
Leopoldo María Panero

HABLANDO DE VALENTE
Podría fácilmente decirse que la poesía en castellano no existe: no sólo la de la llamada generación del 70, es decir la mía, sino la del 36 y la del veintisiete; como dijera Azúa, «una gota de Cernuda y otra de Lorca»; y, añadiremos nosotros, menos de una gota de Azúa. Por cierto, hablando de Azúa -quien se cree desde hace mucho Jesucristo, quién sabe si por su belleza-, me repugna más la Biblia que Valente, y ello no por motivos teológicos -pues yo creo en Dios- sino porque me recuerda a España y a su impura ceniza, que escupe en nombre de Dios, y que insulta nadie sabe por qué.

Citando a Nostradamus: «Roman pontífice garde de t´approcher / a la cité que deux fleuves arrose: ton sangre viendras toi et le tiens cracher / aupres de lá quand fleurirá la rose».

Ahora bien, la única poesía hispánica que valoro es el barroco: Soto de Rojas, Góngora, Don Juan de Tarsis conde de Villamediana, los hermanos Bartolomé y Lupercio Argensola, Bocángel y el Orfeo de Juan de Jáuregui: no acudió la serpiente al llamado de Orfeo, no acudió Carlomagno al son del olifante, como decía yo en uno de mis poemas dedicado a Aleixandre, uno de los pocos grandes hombres que ha habido en la literatura española, y no sólo un gran poeta, «Espadas como labios» y «Pasión de la Tierra». Lo mismo puede decirse de Juan Ramón Jiménez, un gran amargado pero un gran poeta. Y digo bien gran poeta porque asocio «Espacio» con la pasión de la tierra aleixandrina: a la inmensa minoría.

He olvidado hablar de San Juan de la Cruz, que tiene una rima tan musical como Scarlatti: «Que nadie lo miraba, / Aminadab tampoco parescía, / y el cerco sosegaba, / y la caballería / a vista de las aguas descendía».

Ahora bien, si hablando de Valente hay motivos para hablar de política, nada de Quevedo y nada de Valente.

Escucho con mis ojos a los muertos.

Leopoldo María Panero (Inédito)

ROSA CÚBICA
o evidencia
Dedicado a José Ángel Valente

Navidad en que la rosa se enciende,
y nadie es la rosa, como un pájaro.
Y nadie es la roca,
que semeja a un hombre,
y no lo es, como el desierto
cantando contra el hombre, y aullando
contra la vida.

Leopoldo María Panero (Inédito)


TÁNGER
Dicen que soy el moro, el anticristo. En cualquier caso conozco bien Tánger, donde estuve dos años pisando el estiércol: allí me dieron por culo todos -o casi todos- los moritos de Tánger, y me llamaban su princesa.

Fumaba y vendía haschisch, que comprábamos a un dirham en Tánger y revendíamos a cinco en Essauira, antiguo Mogador. Había por cierto un árabe medio negro que me vendía kol para los ojos como si fuera opio, y harina por cocaína. Yo estaba enamorado de un tal José Sáinz, alias La Lirio, que me daba por culo de la manera más bestial, y me excitaba sólo verle, porque siempre fui sadomasoquista, y tardé años en leerme las 120 jornadas de Sodoma y Gomorra, de Sade, porque a cada página tenía que hacerme una paja. Lo único que no recorrí fue las pasiones asesinas, pero ahora ellas también me excitan: no me extraña que me crea el ser supremo en maldad, como decía Sade. Eso hasta llegar a encontrarme con los guerrilleros de Cristo Rey, que me volvieron loco, porque no había para ellos lugar en mi biblioteca, como no fuera La astrología y los reyes magos.

En cualquier caso, ahora he vuelto a leer, y como dije en un poema mío «es como una sinfonía la música del acabamiento». En todo caso me acuerdo, antes de devenir cristiano, de lo enorme de una polla de un chulito de Tánger, que me la metía incansablemente, como si fuera una muñeca de goma hinchable.

Y es que llegó un momento en que yo no estaba aquí: sólo Cristo y el Anticristo, que ni siquiera eran el mal y el bien, sino dos tipos de éxtasis muy confusos. Si ni siquiera se puede ser eso, entonces quién soy yo: pero si existe como condena la psiquiatría, entonces ni siquiera se puede preguntar uno quién es, porque aquí toda anomalía está castigada: sólo queda el cuerpo, como en la autopsia, como si la vida entera fuera una lección de anatomía, con muertos adelante y atrás, como en una larga cola para ir al water, y allí acariciar la tumba: oh perfume, oh dramática historia de un asesino, de un asesino sin nombre.

En todo caso, he acabado peor que Giacomo Casanova, porque hay aquí unos seres que me escupen, me vigilan y me castigan de la forma más humillante, porque ya soy mayorcito.

«Una vigilancia constante y humillante», como dice Roy Porter en la historia social de la locura. Y no hay lugar donde esconderse, como no sea la locura, que es todavía peor. Entra humo en mis ojos, y sale por la boca y por la nariz, me acuesto en un banco de piedra, y los locos se pasean a mi alrededor emitiendo gruñidos y gritando: la vida es un cuento, dicho por un idiota, lleno de ruido y de furia.

Leopoldo María Panero (Inédito)

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