Federico Utrera
Me piden desde Alcalá de Henares unas líneas sobre Vicente Blasco Ibáñez y Miguel de Cervantes pero creo que la materia exige demasiadas palabras. Voy a utilizar de aperitivo solo siete: hombres de letras y hombres de acción. Ahí se resume todo. Dicen incluso los que los conocieron que sus mejores novelas fueron sus propias vidas, por muy alto que volaran sus quijotes, afiladas sus cañas y encharcaran sus barros.
Para refrescarnos la memoria, sirvamos un combinado americano. Fueron los dos biógrafos neoyorkinos Grove Day y Knowlton, quienes enumeraron las facetas de Blasco Ibañez en este teatro de la vida: «estudiante de leyes, agitador antimonárquico y anticlerical, reformador social, editor de periódicos, preso y exiliado político, seis veces diputado a Cortes, duelista, publicista, fundador de ciudades en la Argentina y la Patagonia, historiador de la primera Guerra Mundial, conferenciante en los Estados Unidos, magnate del cine, dueño de una suntuosa residencia en la Riviera Francesa, Blasco Ibáñez desempeñó en su vida con fervor todos estos papeles».
Falta uno, a mi juicio quizás el más relevante, y éste es el de novelista universal y alcalaíno de adopción por parte de Cervantes. Vamos ahora a averiguar porqué. Si Alcalá es una de las ciudades españolas que conocieron al Manco de Lepanto, es que aquí se puede hablar con respeto, digno de la mejor memoria, aun viva y coleando, que han dado nuestras Letras, que las leen y hablan cada vez mas gentes en el mundo.
Pensar en Cervantes y pensar en Blasco Ibáñez es hacerlo desde luego a escala planetaria, pensar global. Alcalá es un poco eso gracias a la conservación de la memoria cervantina, la modernidad y el cosmopolitismo se asientan siempre sobre las bases sólidas del respeto a la herencia que recibimos si queremos que nos respeten la herencia que legaremos. Yo tambien creo que el secreto de la política está en la contemporaneidad por la cual todos los contemporáneos son dueños de los tesoros de que consta la hacienda de la vida y por lo tanto los quieren gozar. Alcalá ha sabido conservar muy bien ese mismo tesoro que viene rodando por los siglos y que las nuevas generaciones de vivos lo reciben, se lo reparten, tiran de él y se lo prestan, pues estamos en un paraje prestado y hasta es posible que el alma sea tambien una cosa prestada. Todo es usufructo de ese tesoro, pero hay que saber que como es el tesoro del mundo, tiene instintos pegados a su entraña, voracidades propias, vejaciones antiguas, toda una enguirlachada pegajosidad atávica que a veces puede con el alma de quién tiene más parte en ese tesoro. Eso escribió Gómez de la Serna, otro amigo, pero Blasco y Cervantes lo entendieron como nadie.
Aunque ahora cervantear sea un verbo que se ha puesto de actualidad, como solemos decir en periodismo, por las clarificadoras y emocionantes disputas entre literatos que provocan la concesión en Alcalá de los galardones que llevan su nombre, sí estoy convencido de que la cultura española, precisamente por universal, exige ser ungido por Cervantes como paso previo para alcanzar un mínimo reconocimiento o lauro por parte de sus valedores. ¿Y como se logra eso? se dirán algunos. ¿Como bautiza o contamina Cervantes? Los académicos y rectores tienen su premio bautismal, pero yo no me refiero solo a ese. En literatura, como en todo en la vida civilizada, hay tambien un cierto sufragio en sus azares, y si Cervantes es el escritor español mas leído de todos los tiempos, el segundo lugar de este ranking que algunos desprecian pero a todos reconforta cuando lo disfrutan, es el de Blasco Ibáñez, a decir de otro biógrafo, esta vez español, Juan Luis Alborg, profesor en EE.UU. Luego tambien enjuicia el publico, y sus veredictos, me temo, son más inapelables en el tiempo que las concesiones de los premios oficiales al socaire de noches de vino y rosas, duermevelas donde los amiguismos y las felonías se cometen al amparo de la nocturnidad y de la luna.
El profesor Alborg asegura que como escritor, novelista sobre todo, Blasco Ibáñez es el español mas traducido después de Cervantes. Ambos llevaron el nombre de España a masas de lectores que no tenían otra noticia de nuestra literatura, y quizás ni siquiera de nuestra existencia. Probablemente no sea una exageración decir que para muchos lectores del mundo entero no existen en español mas que dos novelistas: Cervantes y Blasco. Y esto, al menos hasta el siglo XX, que mal que pese a algunos es el siglo pasado, ha sido acreditado así.
Blasco Ibáñez tuvo palabras y tuvo gestos hacia Cervantes. Cuando antes lo he mencionado como fundador de ciudades en la Argentina y la Patagonia, han leído bien. Allí en Río Negro fundó la Colonia Cervantes, que todavía subsiste, levantando en su centro un modesto busto a su persona, siendo éste, en la creencia de muchos, el primer homenaje que se rendía en América al autor inmortal del Quijote, padre espiritual de la literatura española y de nuestros hermanos latinoamericanos. Testigos que lo oyeron han transcrito sus palabras:
– Esta fundación se llamará Cervantes. En estos países de nuestro idioma aun no se le ha hecho justicia al autor del Quijote… Hace falta, pues, perpetuar su nombre en el país por una eternidad, para que viva siempre, siquiera en labios de estas gentes.
Pero hay más, no solo la conferencia que Blasco Ibáñez pronunció en Argentina sobre Cervantes en 1909 desde el escenario del Teatro Odeón de Buenos Aires durante aquella primera gira como orador por América. En esta ciudad de Alcalá, tan hospitalaria con el teatro y con el cine, no será ocioso recordar que la ultima versión del guión de su película «Don Quijote» narraba tambien las andanzas de una triste figura que cabalgaba por Estados Unidos en pleno siglo XX.
– «Nadie hace películas porque no hay dinero, de manera que aquí, como en el resto del mundo, se están acostumbrando a la producción yanqui, y la piden, y la aplauden, y la hacen subir incesantemente».
Eso, dicho por Blasco ya en 1921, tiene cuando menos su gracia. Vislumbró que el cine era «uno de los medios de cultura mas formidables que existen» y fue entonces cuando reconoció que llevaba ocho años preparando en su mente una película que deseaba llevar al lienzo con el mismo afecto que una novela: Don Quijote. «No será -decía Blasco- una adaptación del escrito de don Miguel de Cervantes: quiero hacer una película de lo que soñó el Quijote». Y eso dicho después de que Hollywood realizase 17 largometrajes con sus guiones y sus novelas solo hasta 1930 (hubo algunas decenas más después de muerto) tambien hace sonreir.
El proyecto llegó a estar muy avanzado, se trataba de un guión de 185 paginas, el más largo y complejo de los que había acometido. Ya lo habían intentado con éxito Ortega y Gasset y Unamuno con sus ingeniosos hidalgos que cabalgaban por Inglaterra, pero el de Blasco era una obra literario-cinematográfica colosal: implicaba gastar un presupuesto de 1 millón de pesetas, y la peseta entonces era una moneda fuerte gracias a la neutralidad que mantuvo en la primera guerra mundial y que desangró a media Europa. En la película se requería la intervención de 8000 extras en la escena en la que los Duques reciben a Don Quijote en Barcelona. No ha habido nadie que se lo haya planteado nunca así, ni siquiera ese otro loco genial que era Orson Wells…
Daré un apunte más sobre la pasión cervantina del novelista. El jardín más precioso es un armario lleno de libros, decía el cuento de Las Mil y una noches, y Blasco por algo lo tradujo -sólo o en compañía de otros- al castellano. Pero cuando pudo, se demostró un adorador de los otros jardines, como espacio de sosiego y tolerancia. En Fontana Rosa, su villa de la Costa Azul francesa donde murió, creó el Jardín de los Novelistas:
Así lo describía el alcalde de la ciudad francesa de Mentón: «En la entrada se encuentra la bella ordenación de un cuadro romano que nos da la bienvenida, una graciosa construcción de mármol, y en mosaico sobre una paleta de tintas dulces, pensamientos amarillos pálidos, violetas olorosas: (Allí) está el monumento a Cervantes, el busto del genial autor sobre una columna. (Y) en bajo relieve, la vida caballeresca de Don Quijote y de su fiel Sancho». Y Blasco precisó en una carta que su propósito era que el Jardín de los Novelistas pasase a ser propiedad pública, pudiendo venir a vivir a la casa que lo albergaba, los jóvenes novelistas con talento que quisieran encontrar un remanso de paz para su creación literaria.
Así que Blasco Ibáñez reivindicó por el mundo entero a Cervantes, con palabras y con hechos, listón que pone muy alto su interés por este caballero andante, que ya no sé si es Cervantes, el Quijote o ambos. La que hace Blasco es una reivindicación libre de la hojarasca de los eruditos, que suelen omitir para dar gusto a la corriente dominante, el documento descubierto hace un siglo en el Archivo de Simancas sobre la acusación y condena «en ausencia» del futuro autor del Quijote a amputación publica de la mano derecha y destierro del reino por espacio de 10 años. ¿Que hizo Cervantes para que la Justicia de la época le quisiera cortar la mano que luego el destino guerrero le estropeó? ¿Por qué se falsificó su ascendencia para hacerlo cristiano viejo? ¿Por qué tanta intriga con su esposa, Catalina de Palacios, emparentada con los Rojas de Esquivias, en Toledo? ¿Acaso conoció la obra de Fernando de Rojas, el culto español autor de La Celestina cuya familia fue expropiada por sus creencias judías y por ello víctima del racismo más abyecto, aquel que dispara contra el pianista? ¿Por qué adoptó Cervantes a Isabel, hija de Ana Franca y de padre desconocido? ¿Por qué la Casa Real no le autorizó a viajar a la recién descubierta América y retribuyó su coraje y valor en Lepanto con una mezquina licencia de recaudador de impuestos para la Armada, el más impopular de los oficios, aun hoy en día? ¿A qué esa fascinada repulsión del cautivo frente al feroz sultán de Argel que se desayunaba con la cabeza de un preso cada día y a él le perdonaba una y otra vez la vida pese a sus múltiples intentos de fuga? ¿Por qué el todopoderosos monarca magrebí permitía una y otra vez sus insolencias y finalmente lo liberó por unas pocas y simbólicas monedas? ¿No estamos ante un culto y seductor heterodoxo judío, marrano, morisco, converso o escritor mudéjar y ambiguo hasta en lo sexual que hizo de las armas, el comercio, la función pública y las letras su modo de vida, para sorpresa, malestar y recelo de la misma Corte a la que servía?
Dejo aquí planteada esta cara oculta de Cervantes, sobre el que se ha escrito mucho pero que en este inesperado principio de siglo ofrece todavía facetas desconocidas sobre las que convendría abundar para ser fidedignos con esa búsqueda de la verdad que él tanto ansiaba y en la que puso tanto empeño.
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Este texto del novelista que figura a continuación consta de 27 páginas y fue editado en 1925 en Buenos Aires (Argentina) por la Imprenta A. Grau. Posteriormente, Libertad Blasco-Ibañez, que reconstruyó la Editorial Prometeo en el exilio desde Mexico para publicar las obras completas de su padre, editó el 15 de abril de 1966 en Valencia, bajo este sello editorial, una reducida y modesta edición de sus discursos literarios con motivo del primer centenario del nacimiento de Blasco Ibáñez y ahí figura tambien esta conferencia, aunque con diferente título a la que pronunció en 1909 en el Teatro Odeón de Buenos Aires durante aquella primera gira como orador por América.
La primera parte del texto pertenece a otra conferencia ofrecida en el mismo lugar, pero con diferente titulo, donde menciona al Cardenal Cisneros y su fundación de la Universidad de Alcalá y extiende la antigua creencia de que Cervantes nació allí. El papel de Cisneros en la cultura española, lleno entonces de luces, presenta tambien sus sombras: el dio la orden para la quema de millares de manuscritos arabes en la puerta de Bibarrambla (Birrambla la siguen llamando los granadinos) a la caída del Reino Nazarí, aspecto que Blasco Ibañez soslaya en sus conferencias.
Y concluímos el mismo con la narración de Blasco Ibáñez sobre Cervantes, enrolado en el tercio de don Miguel de Moncada, que estaba acantonado en Nápoles. Fue Cervantes soldado en la galera llamada La Marquesa, perteneciente a la gran flota que mandaba Juan de Austria y que unía los intereses de Venecia, el Papa y España para contrarrestar los avances marítimos y terrestres del turco. Contra ellos luchó en Lepanto y la historia de ese falso manco que escribió la novela mas gloriosa de las Letras Españolas desde el inicio de la escritura hasta aun hoy, ya es mejor conocida.
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Durante todo el siglo XV, XVI y parte del XVII hemos sido uno de los pueblos más cultos de Europa y uno de los que más hemos trabajado por la civilización. Tal vez este que a primera vista parece merito inmenso no sea tal, si se tiene en cuenta lo que en aquellas epocas era España: un hervidero de razas en cuya mentalidad tanto influyeron los árabes y los judíos que proyectaron rayos científicos en la oscuridad.
Ya en aquellos tiempos, España tuvo grandes instituciones científicas que no han tenido imitación hasta el presente. Lo que hoy realizan los grandes millonarios norteamericanos cuando dejan sus fortunas a los institutos de enseñanza, ya existía en España en los siglos a que me refiero. Allí estaba la Universidad de Salamanca y la gran Universidad de Humanidades de Alcalá. No fueron ellas fundadas por los monarcas ni vivían de los renglones del presupuesto oficial. Las fundaron los ricos, los simples particulares, los nobles, los comerciantes acaudalados, y vivían una vida independiente, con organización y jurisdicción especial, con tribunales propios, al extremo de que ni para el nombramiento de los profesores intervenía la autoridad real. Los elegían los alumnos, sin tener presente otra consideración que la del saber de las personas.
Como recuerdo histórico, puede traerse el del Cardenal Cisneros, uno de los que con más ahínco se dedicó al progreso de aquellos colegios trilingües, así llamados porque en ellos se estudiaba el griego, el latín y el hebreo. Y cuando Cisneros veía que primaba demasiado el estudio de la teología, iniciaba los estudios sobre la literatura. Todo lo que él tenía en materia de riquezas fue para su querida Universidad de Alcalá, pues en medio de su grandeza siguió siempre ocupando su modesta celda de fraile. Y es del caso, señores, recordar, como un ejemplo típico, que cuando regresó de la conquista de Orán, trayendo sobre sus camellos, adornados con ricas gualdrapas, los tesoros enormes que constituían el botín de guerra, antes que acudir a una llamada que los reyes le hicieron desde Valladolid, dirigió sus pasos a la Universidad, y en ella depositó todas sus riquezas en favor de la cultura de España y de la humanidad entera, hermoso hecho que ha sido cantado hace poco, en estrofas llenas de admiración, por un escritor francés.
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Semejantes a esas siete ciudades de Grecia que se disputaban cual había sido la cuna de Homero, siete poblaciones de España se disputaron cual había sido la cuna de Cervantes. Se sabe ya positivamente que nació en la ciudad universitaria de Alcalá de Henares, (…) en la cual siete mil estudiantes, que vivían entre serenatas y cuchilladas, se preparaban en los estudios clásicos o se disponían a buscar plaza entre los tercios de Flandes o se venían a América, atraídos por la esperanza de labrarse con su espada un virreinato. Con Cervantes, acaece lo que se lee en la historia de muchas grandes personalidades: su ascendencia es humilde. Este escritor de genio fue hijo de un cirujano insignificante, Rodrigo de Cervantes, que, aunque con el titulo de cirujano, era un vulgar sangrador, y además sordo como una tapia, defecto por el cual vivía recluido, siendo uno de esos jefes de familia que para nada sirven en su hogar, donde todo lo hace la madre, trabajadora, solícita y hacendosa, que cuida de sus hijos y a la vez provee a la subsistencia de toda la familia.
La madre de Cervantes, doña Leonor de Cortinas, tiene así más importancia que su padre, y es quien cuida de sus hijos, Miguel y Rodrigo.
Una extraña curiosidad, un problema en la vida de Cervantes, es que siendo natural de Alcalá de Henares, no cursara estudios universitarios ni de ninguna clase. En las listas de alumnos de la Universidad, durante todo un siglo, no aparece el nombre de Cervantes ni el de nadie de su familia. El mismo Principe de los Ingenios nos da a entender que por pobreza de los suyos y por su carácter enérgico, independiente, indisciplinado, no recibió instrucción universitaria. Nos cuenta que su avidez por la lectura era tal, que leía cuanto le caía en la mano, y recogía hasta pedazos de papel escritos que encontraba en las calles; (Y) que su educación fue popular, adquirida en el trato de la multitud. Así resultaba semejante a otro escritor bohemio, de gran talento, que un día en el Ateneo de Madrid, decía a un grupo de académicos: «Y bien, no os asombreis de que yo sepa tanto como vosotros. Vosotros venís de las universidades y yo vengo de algo mejor que las universidades: ¡yo vengo de la calle!».
Cervantes fue tambien un discípulo de la calle. como lo fuera después de las ventas, de los caminos y de la cárcel. Conoció así las miserias de la vida, la vida real, y pudo reir y llorar con risas y lágrimas verdaderas, no con las falsas de los que no han visto la existencia sino a través de los libros. A los veinte años, mientras componía sus primeros sonetos o daba cuchilladas, aprendió a conocer el mundo, adquirió la experiencia que después le echaban en cara no poseer.
En el transcurso de su vida aventurera encontró a una especie de monseñor, a Julio Acquaviva, que estaba en misión diplomática entonces ante la Corte de España. Acquaviva, que poco después llegó a ser cardenal, le propuso llevarselo a Roma en calidad de camarero, lo cual no significaba envilecimiento, dadas las costumbres de aquella época, muy diversas a las actuales. Entonces, los escritores ponían dedicatorias a los reyes y a los nobles en esta forma: «Criado de V. M.», «Criado de V. E.» . Y era ello honor que se disputaban los hidalgos, y medio que les servía para hacer carrera.
Con el cardenal Acquaviva emprendió Cervantes el camino con el entusiasmo que años después mostrara Don Quijote en su primera salida. Y él mismo cuenta la impresión de su llegada a Roma, la gran metrópoli del catolicismo, que era entonces la capital del Renacimiento. Los Médicis, al transportar su trono desde Florencia a Roma, habían llevado tambien allí el cetro de las artes. Y Cervantes se encontró en Roma con los ultimos destellos del Renacimiento. Como soldado que era, se encontró mal en aquel ambiente de cámaras pontificias. Advirtió que el cardenal Acquaviva no viajaría ya por el mundo; pensó en que los tercios de Flandes se cubrían de gloria en cien batallas y, obedeciendo a su vocación, dejó de ser camarero del cardenal para convertirse en soldado.
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NOVETATS BIBLIOGRÀFIQUES
Marisa Pastor i Villalonga
* BLASCO IBAÑEZ Vicente «Epistolario de Vicente Blasco Ibañez-Francisco Sempere (1901-1917)». València: Conselleria de Cultura, 1999. Una recopilació de cartes i transcripcions que s’han intercanviat l’autor Blasco Ibañez amb l’editor Francisco Sempere en aquest periode de temps. Els temes tractats són molt variats, tant de sol·licituds de diners, com de prospectes publicitàris, problemes editorials o comentaris sobre alguna novel·la.
* ¡Diputado Blasco Ibáñez!: memorias parlamentarias» Aquest llibre ens parla d’un Blasco Ibáñez polític, activista en contra de la guerra de Cuba i a favor dels aliats en la primera Guerra Mundial. Un Blasco Ibáñez diputat, que des del parlamet cantava les veritats a les majories i a les minories des del seu escon. El llibre ens ofereix el privilegi de poder assistir als debats tal i com es van produir en la seua època, a més acompanyen breus explicacions sobre el contex històric, polític, biogràfic o social en que es van produir les intervencions del novel.lista.