«Quizás explica este modo de ser de Carmen el panorama, el ambiente, la fuerza de ese pueblo del que ella es oriunda: Rodalquilar. Muchas veces hemos oído hablar a Carmen de ese pueblo fantástico. Todo lo que después ha ido viendo ella por el mundo lo había visto ya en Rodalquilar: esa costumbre escandinava, esa riqueza tropical de vegetación, ese proverbio de un pueblo lejano, ese nombre con apariencias exóticas. Rodalquilar es un pueblo de la costa de Almería, pero perdido, sin comunicaciones, con su caserío disperso en el monte. Rodalquilar es un pueblo virgen, al que el mar ha ido trayendo nociones de todo, reflejos lejanos, y en cuyo clima admirable se han refugiado elementos de vida tránsfuga, cosas, fuerzas vivas, que necesitaban la belleza de un sitio perdido, confortable, aislado por una fiera estribación de montañas. En el mar de Rodalquilar, entre las rocas de Rodalquilar, vive la foca y el lobo de mar, y entre sus árboles hay aclimatados árboles de floras raras. En la montaña de Rodalquilar, Carmen ha visto y ha jugado con magníficos granates, y ha visto riscos enteros de amatistas que, desparramados en una cantidad fantástica, brillaban bajo la luz del sol, y en Rodalquilar, ahora, al cabo del tiempo, van a ser explotadas varias minas de oro, alguna de las que tuvo registradas el padre de Carmen, pero que, por no poder ser explotadas, venció su derecho al cabo del tiempo, hasta que hoy, después de muchos años de estarse recreando la tierra aquella con su secreto entrañable, la «compañía poderosa» de siempre las va a explotar… En ese magnífico Rodalquilar, en uno de sus grandes cortijos del que era dueña, nació Carmen. ¿No despeja un poco ésto ese misterio recio y extraordinario que hay en la constitución de Carmen, tan valerosa y tan heroica?»
(Ramón Gómez de la Serna. Automoribundia)
Quizás sea éste el texto literario más relevante que se ha escrito en todo el siglo XX sobre el Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar. Se lo debemos a Ramón Gómez de la Serna, compañero sentimental, literario y muchas cosas más de Carmen de Burgos «Colombine», la primera mujer que se dedicó al periodismo en España, la primera que reivindicó el voto para la mujer, la primera corresponsal de guerra, la primera… en tantas cosas y siempre tan olvidada, cuando no oscurecida o vilipendiada desde la provincia que la vio nacer.
No hay constancia por ahora de que Ramón Gómez de la Serna estuviese en Rodalquilar en 1916 pero lo cierto es que incluyó este relato en su libro de memorias, su Automoribundia, espejo de su alma. No hay que ser adivinos para sorprender los susurros de Colombine en el oído de Ramón pero a mi juicio lo realmente novedoso es que por vez primera alguien nos da una pista sobre cómo se comportaba Colombine en Madrid: como las mismas esencias de Rodalquilar.
Esta chumbera con ganas de triunfar, de aprender pero sobre todo con ganas de comer (ella y su hija a cuestas) se abrió paso en una ciudad competitiva, abierta y tremendamente machista, como lo era entonces el mundo. La mujer no votaba, si se separaba del marido era considerada una puta y si éste la sorprendía en «adulterio» podía matarla con tranquilidad de conciencia: el Código Penal no lo consideraba delito y la Iglesia tambien disculpaba al pecador, que no a la pecadora.
La descripción de la fauna, flora y mineralogía de Rodalquilar que hace Gómez de la Serna es literariamente otra piedra preciosa más del Valle, en una época en la que se iniciaba la reexplotación de las minas. Lo único que hay que aclarar es un dato biográfico que en Colombine adquirió erróneamente tintes de leyenda: no nació en un cortijo de Rodalquilar sino en Almería, según la exhaustiva aclaración que hizo el tenaz investigador Florentino Castañeda tras recorrer iglesias, archivos y ayuntamientos hasta dar con su partida de nacimiento: Colombine nació en Almería, año de 1867, aunque pasó su infancia en Rodalquilar, tal y como describe Ramón.
Las autoridades culturales de Almería (curiosamente han sido estos años representantes de PP, PSOE e IU los responsables políticos culturales de las diversas instituciones) «pasan» de Colombine, seguramente por ignorancia y desprecio. Pero tendrán que ser los ciudadanos los que algun día rescaten su cortijo, que se cae a trozos, para instalar allí el Museo Colombine -seudónimo que la ha hecho conocida en todo el mundo-, otro atractivo cultural que el Parque se merece. ¿Por qué solo los invernaderos, los ladrillos y las piquetas tienen licencia para acampar? Queda poco tiempo. Porque si finalmente la casa de Colombine en Rodalquilar se cae, se destruye o se derriba, tendremos que denunciar públicamente a los responsables del latrocinio cultural que se ha perpetrado contra la que fue seguramente la mujer de la provincia con mayor relevancia social de todo el siglo XX.