
RAUL HERRERO. La talla y el reconocimiento de Fernando Arrabal (Melilla, 1932) como dramaturgo, (no en vano es el autor vivo más representado en el mundo), para ciertos paladares eclipsa el resto de su fertilidad literaria y artística, abundante y variopinta. La voz de Arrabal se escucha en francés, en japonés, en inglés, en hebreo, en italiano, en castellano, en euskera, en chino… Se le dedican tesis, ensayos, estudios, ediciones… Su Teatro Completo lo forman dos volúmenes de más de cuatro mil páginas, con estudio previo de Francisco Torres Monreal (1.ª ed., Espasa Calpe, 1997; 2.ª ed., Everest, 2009). Unas páginas que, a fecha de hoy, su autor sigue aumentando con la incorporación de nuevas piezas. Sugeriré las dos más recientes: «El extravagante triunfo de Miguel de «Cerbantes» y William Shakespeare» (2016) y «Sarah y Víctor» (2018), a las que habría que sumar una nueva obra redactada durante los meses de confinamiento de 2020. (más…)

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FEDERICO UTRERA. Un modesto médico rural llamado Edward Jenner, y aun antes en la China e India del siglo X, descubrió la «vacuna» cuando vio que las mujeres que ordeñaban vacas (de ahí el nombre) tenían pústulas en las manos y estaban inmunizadas. Los que bebimos este tipo de leche allá por el pleistoceno superior aún las recordamos. Las prácticas de Jenner hoy serían inaceptables para cualquier comité de bioética, razona el consultor sanitario internacional, Dr. Omar Díaz, por lo que tras ser rechazado por la comunidad científica hubo que esperar a Luis Pasteur para que «blanqueara» su método de vacunación con mayor control y rigor. Los primeros que derriban una puerta no son los primeros que pasan por ella. Algo parecido le ocurrió a Nikola Tesla con Edison y el descubrimiento de la electricidad. Pero eso también es otra historia…
FEDERICO UTRERA. A veces las pandemias aprovechan para «renovar» la clase política: fue el caso de María II de Inglaterra (1694), José I de Alemania (1711), Luis I de España (1724), Pedro II de Rusia (1730) y Luis XV de Francia (1774). La Casa Real inglesa de los Estuardos desapareció y los Habsburgos quedaron muy disminuidos. La viruela, la gripe y el sarampión acabaron con las civilizaciones azteca y maya y de hecho el jefe inca Huayna Capac falleció por virus antes de que el hombre blanco pisara sus tierras: no fue la violencia española o portuguesa sino su mestizaje la que le dio alas. En América del Norte, los Padres Peregrinos y el tráfico de esclavos también la propagaron la viruela en 1620, según el estudio del cirujano y consultor sanitario internacional Omar Díaz. Cuando Pizarro llegó a Cuzco, la viruela, el sarampión y la gripe existían desde 10 años antes fruto de su alta densidad de población y el fluido intercambio con América Central, lo que propagó los virus hacia el Sur.
FEDERICO UTRERA. La versión 19.0 del desconocido virus de la gripe bautizado «Covid» se está llevando, además de muchas vidas, también la de algunos dragones, que así llamaba el ilustrador y dramaturgo francés Roland Topor a los prejuicios. El filósofo norteamericano-español Georges Santayana, quizás el mejor de su tiempo, hijo de padre de Zamora y madre londinense, escribió que aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo, aunque la versión «vulgata» de su filosofía se tradujera erróneamente como «los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla». La pregunta sería ¿Qué historia?. La del siglo XX se ha resumido como «Dos guerras mundiales y el periodo de mayor prosperidad del mundo donde más disminuyó la pobreza». Fue una gráfica en V. Sin dejar de ser cierto, hoy el resumen sería otro: «El siglo XX del mal llamado virus de la «gripe española» acabó con 50 millones de muertos«. Tópicos fuera: la enfermedad fue peor que el remedio de la guerra mundial: 30 millones de fallecidos según los cálculos más pesimistas. En esto nunca hay que quedarse corto. La segunda gran guerra ya fueron 83 millones, según Necrometrics, la web preferida por los historiadores funerarios. El peor virus sigue siendo menos mortífero que el hombre.
FERNANDO ARRABAL. Hubo muchos libros sobre panepidemias. Y algunos fascinantes. Cada vez que tengo la suerte de ir a Italia porque me toca ver representada una de mis cosas, y si el aterrizaje se hace en Pisa, pido ir a visitar de nuevo la ciudad de nacimiento de Giovanni Bocaccio (1313/1375): Certaldo. A sus 35 años tuvo la desgracia (y también la suerte) de vivir la panepidemia de 1348 en Florencia . Cuenta admirablemente, aunque permitiéndose algunos traspiés (como Cervantes se contradice en sus cuentas), la historia de diez jóvenes de 18 a 38 años: siete florentinas y tres amigos. Ellas son las inteligentes y honestísimas: Pampinea, de 28 años, Fiametta, Filomena, Emilia, Lauretta Neifile y Elissa, la más joven, de 18 años. Se reúnen en una iglesia de las afueras de la ciudad (Santa Maria Novela) para cantar, bailar, jugar y recitarse cuentos (o novelas cortas) durante los 15 días de cuarentena. Seguramente pensando como