JULIA BACHILLER. «Federico Utrera, como analista político, ha plasmado su experiencia en varios libros como “Los Leones del Congreso” y “Diputado Blasco Ibáñez”, aunque el volumen que le ha valido esa autoridad sobre Carmen de Burgos a la que aludí al principio ha sido “Memorias de Colombine, la primera periodista”. Le propongo a Federico que hable de su experiencia como periodista local, aquí en Almería donde comenzó, su salto al ámbito nacional y cómo esa experiencia nacional le ha servido para volver a recolocarse dirigiendo un medio de comunicación digital». Así presentaba la periodista y profesora Yolanda Cruz al director de MJD Magazin y realmente no se centró en su pregunta, sino que hizo otras reflexiones anteriores al debate que tuvo lugar con la presencia de más periodistas. Presentamos a continuación su intervención íntegramente:
Federico Utrera: “Intentaré ser un poco didáctico para que los oyentes que tengan ambiciones de dedicarse a la comunicación, desde cualquier punto de vista, puedan aprender de nuestros errores sobre todo, que es de lo que se aprende. De los aciertos todos los periodistas tenemos nuestra dosis de ombliguismo, yo también tendré la mía pero no sé si sería muy edificante explayarse en ella. En cierta manera sí porque hoy se encuentra aquí uno de mis maestros en el periodismo, que es Antonio Torres. Yo empecé aquí en Almería siendo ayudante suyo y las primeras herramientas las aprendí con él. Los primeros enfrentamientos en los tribunales también, tuvimos que comparecer incluso ante ellos. La primera vez en mi vida que yo entraba en un tribunal a defenderme por causas relativas a la libertad de expresión, opinión o información, en definitiva por la libertad de prensa. Después he tenido alguna otra más porque fui miembro del equipo de investigación de la revista Interviú, y ahí era más habitual frecuentar los juzgados. Pero las primeras veces fue con Antonio Torres y eso se lo agradeceré siempre.
Después aprendí mucho del escritor Juan Goytisolo, cuya biblioteca de esta universidad lleva su nombre. Tengo el honor de haber sido editor suyo, me siento muy halagado y privilegiado porque en las crónicas periodísticas de sus Obras (In) Completas me menciona, pues le dedica un tomo al Periodismo. Ejerció de reportero de guerra en los Balcanes y en otros muchos sitios y él me obsequió con un par de citas en relación con la labor editorial y periodística que yo tuve en cercanía con él. Me enseñó mucho además y le guardo mucho recuerdo y cariño, sentí mucho su muerte. También con el poeta José Ángel Valente tuve relación en Almería y estuve a punto de editar una edición suya a un volumen de Juan Ramón Jiménez titulado “Libros de Madrid”. El iba a hacer el prólogo y dirigir la edición, me entreviste con él aquí en Almería cuando vivía junto a la Catedral, donde hoy está el Museo Valente. Y me reveló sobre todo un libro que yo recomiendo vivamente: se titula “La Universidad Española. Ocaso y Restauración“. Lo escribió Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes.
Muchas de las cosas que hace un siglo la Residencia de Estudiantes ponía novedosamente en marcha, las prácticas, los viajes –que ahora serían Erasmus–, las conferencias, los laboratorios… otro nuevo enfoque que no era solamente el del profesor en el estrado y los alumnos en los pupitres, eso ya lo preconizó Alberto Jiménez Fraud en ese libro. Y José Ángel Valente lo recomendó vivamente porque trasladaba que la transmisión de conocimiento se basa en tres cosas y si falta una no vale. La primera es la teoría, la segunda es la ciencia y la tercera es la experiencia. Las universidades de todo el mundo suelen ser buenas o muy buenas en teoría y en ciencia, pero pinchan un poco más en experiencia. Son pocos los profesores que han tenido una posibilidad de experimentar el trabajo que luego enseñan.
Y digo esto porque para mí, lo más didáctico que puedo decir con esto es que en 2008, muy poca gente lo sabe o lo ha percibido, cayó una bomba atómica en este país. Lo hizo en todo el mundo pero principalmente en España, en el sector de los medios de comunicación. Prácticamente desapareció, –creo no exagerar ni un ápice, quizás me quede corto– el 90% de los periodistas, muchos de los que ha mencionado Juan Tortosa, pero también otros que formábamos parte de ese universo menos conocido, menos famoso, y que nos dedicábamos al periodismo local o nacional, pero no estábamos digamos en la primera fila mediática, por así decirlo. Hubo hasta suicidios de periodistas, y quiero recordar ahora a mi amigo Gonzalo López Alba, un grandísimo periodista, quizás el mejor creo yo, que desgraciadamente acabó con su vida. Pero hubo muchos más que no han salido en la prensa, con lo que la profesión se empobreció terriblemente. Y volvió a sus orígenes.
Ese 10% o 15% que hemos sobrevivido a esa catástrofe nuclear tuvimos que emprender nuevos proyectos casi propios, o como autónomos o como emprendedores, bajo distintas formas. Obviamente nos dimos cuenta de que no sabíamos hacer nada salvo escribir, y eso es terrible. Porque eso también me lo enseñó Juan Goytisolo: el drama del escritor -y el periodista o cronista en cierta manera también lo es– reside en que no sabe hacer otra cosa. Todos desde fuera nos ven en el altar de la opinión pública, pero realmente lo que sufre es una mera y despiadada labor de supervivencia. Ese es el panorama de hoy en los medios de comunicación, yo me atrevería a decir que en todo el mundo, pero la realidad que conozco más cercana es la española, y así lo tengo que decir.
Nosotros estamos poniendo en marcha un proyecto en una ciudad de Madrid, cuya cabecera es «Majadahonda Magazin». Es un proyecto multimedia independiente, no tiene nada que ver con los medios públicos. Y es que en esto los medios públicos y los privados no tienen nada que ver. Los periodistas de los medios públicos tienen sueldos, vacaciones, pluses… tienen dignidad. Los periodistas de los medios privados hoy no tienen ningún tipo de dignidad salarial ni laboral, se ha vuelto a los orígenes del periodismo. Para entender esto valga un ejemplo: cuando se crearon los Estados Unidos, su primer presidente, creo que fue George Washington o quizás algún otro de las mancomunidades anteriores, preguntó: ¿Quién quiere ser Estado?. A la pregunta se presentaron más de 400 ciudades distintas, condados, municipios, distritos, ínsulas… Pero todo el mundo no podía ser Estado, todo el mundo no puede tener autonomía.
Los requisitos, entonces fueron los siguientes: el primero que hubiera al menos un sheriff para poner orden, pues sin orden no hay democracia. El segundo que tuviera un alcalde, un político para pastorear todo este asunto. Y el tercero que hubiera un periódico, que haya un periodista porque la comunidad necesita un relato social. Si la comunidad tenía un político (un alcalde) y tenía un sheriff pero no tenía un periódico, entonces no podía ser Estado. Y es que la gente necesita identificarse con un relato común. Las culturas indígenas esto lo saben muy bien, y realmente el periodista no es sino una evolución de ese primitivo hechicero o brujo que contaba las historias alrededor del fuego. Yo creo que ahora volvemos a ese papel, los que hemos quedado vivos nos corresponde ese papel de hechicero o brujo, que tiene que vivir al margen de la comunidad a la que sirve, porque la pérdida de credibilidad ha sido absoluta.
Juan Tortosa, que me ha precedido en el uso de la palabra, con gran generosidad hablaba de «complicidad» o «connivencia» del periodista con los políticos y que eso es lo que les había llevado a la ruina a los dos colectivos, pero yo creo que ha sido generoso. Yo hablaría más bien de «bastardeo», que es una palabra que le encantaba a Juan Goytisolo y utilizaba mucho. Y podemos usar mucho más sinónimos: «servidumbre», «mansedumbre», «docilidad», etc… Tras veinte años de periodista parlamentario, que es a lo que yo me he dedicado básicamente –y muy bien pagado además–, nuestra labor era como la de un pintor de Corte: describir los debates con mayor o peor fortuna lingüística o informativa. Mis maestros eran así, Luis Carandell, Miguel Ángel Aguilar, Pedro Calvo Hernando…
Los grandes cronistas parlamentarios eran sobre todo literarios, y en absoluto hurgaban en las entretelas del poder. Entre otras cosas porque no se conocían, ni nadie preguntaba. Pero no preguntaban los periodistas, ni preguntaba la Oposición, que era la que tenía que preguntar, porque el periodista siempre está más desguarnecido frente a estas inclemencias del poder que describía tan bien Juan Tortosa. Ahora pasa lo mismo, y aunque se ha producido cierta renovación política casi ha sido peor porque los alternativos han sido peores todavía que los viejos partidos. Esperemos que vengan nuevos partidos y renueven a los viejos y a los nuevos. Y después vengan otros que renueven a los más nuevos. Esa es la democracia al fin y al cabo. En Estados Unidos no es casualidad que se obligue al cese tras ocho años de mandato. Y después todos fuera.
Para concluir quiero trasladar tres experiencias. La primera es que el cambio en los medios de comunicación, como en el resto de la sociedad, es sobre todo tecnológico. Las televisiones generalistas, como las tenemos actualmente, desaparecerán porque las nuevas generaciones ya solo ven la televisión a la carta o en YouTube. La prensa de papel, y ahí aquí dignísimos representantes, ya están obligados a tener su marca digital y esta va a ser la que realmente tenga influencia. La radio se sustituirá por el podcast, que se ha introducido de una manera vertiginosa. Y aunque todavía es incipiente, cada vez será mayor. Por lo tanto la reconversión es tecnológica y por eso nuestro proyecto en MJD Magazin es básicamente multimedia. Y el papel del periodista, por nuestra experiencia, ha cambiado totalmente.
La segunda reconversión, yo diría que es pedagógica. Soy profesor de universidad y además he pasado uno de los mayores potros de tortura que hay en el ámbito académico que se llama la Aneca. Ustedes no sabrán lo que es pero el que lo haya pasado que lo cuente, yo no sé ni como pero lo superé. Y digo que la reconversión es pedagógica, que puede ser o no académica –a mí eso me importa menos– en el sentido en que los periodistas estamos teniendo ahora una labor constante de enseñanza a los oyentes, a los espectadores y a los lectores porque se ha impuesto esto que llamamos el «periodismo vecinal» (el nombre de «periodismo ciudadano» no me gusta porque también se han apropiado políticamente de este adjetivo). Ahora todo el mundo cree que puede dar una información, y eso puede ser bueno. Y todo el mundo opina, y eso es buenísimo. Pero yo, por lo que estoy viviendo, me paso el día enseñando como tiene que construirse un relato para que sea mínimamente veraz y creíble. No ya de una noticia, que sería algo más profesional, sino un relato: contrastar al menos dos o tres veces las fuentes con otras distintas, apoyarlo gráficamente, documentar los hechos, etc…
Yo lo asemejo a lo ocurrido con las Farmacias. Soy hijo y nieto de médicos y farmacéuticos y la única excepción en mi familia, la «oveja negra». Por fortuna la humanidad se ha librado de una de sus peores plagas porque yo empecé en esta Universidad a estudiar Biológicas y antes aún me fui a hacer Medicina a Granada. Pudo ser una catástrofe pero por fortuna el tiro lo desvié al periodismo y la catástrofe se amortiguó algo, aunque quizás no demasiado. Mi abuelo era médico en Adra y entonces no había farmacias, había una botica y las medicinas las hacía el boticario. Era una especie de laboratorio alquímico que tenía allí y mi abuelo las recetaba. Ahora hay farmacias pero no solo existen las farmacias técnicas llevadas por los profesionales. Todo el mundo tenemos una farmacia en casa, si yo lo comparo a los años sesenta del siglo pasado, cuando yo vivía en Adra, la cantidad de medicinas que tenía mi abuelo en su consulta era muchísimo menor que la que tiene hoy tiene cualquier persona en su casa.
Con la información pasa igual, antes era patrimonio de los periodistas, y solo nosotros dictábamos que era noticia y que no. Nos harían más o menos caso pero éramos nosotros los que elegíamos la agenda de la opinión pública. Y eso nos elevó socialmente con un prestigio y unos salarios tremendos. Ahora no, los protagonistas son ustedes con las redes sociales los que marcan la tendencia de la opinión pública, muchísimo más que los medios de comunicación. Pero los medios de comunicación tienen que hacer la labor pedagógica y académica, en el sentido que el periodista sigue produciendo la «medicina» de la antigua botica pero su principal labor se limita a ordenar el tráfico, a dar consejos sobre su consumo, que eviten leer el farragoso prospecto.
Los medios siguen generando también información pero están abrumados por estos cambios tan sustanciales. Y tienen que dedicarse además a enseñar y prevenir contra el consumo de información «tóxica», a como tener veracidad o cómo transformar un post en las redes sociales en un artículo que tenga algo más de influencia. Abandonar además la servidumbre al poder de antaño exige una reconversión «ideológica» del periodista: tenemos que ser mucho más críticos con el poder, si no ustedes no nos perdonan. Ya cualquier complicidad, cualquier bastardeo no vale. Y con esto concluyo, para desanimar así a quien quiera dedicarse a esta noble profesión u oficio, que de todo hay, porque ha existido mucha evolución en esto. Y quizás perduren las dos cosas, algo de profesión porque se ha profesionalizado su función, y algo de oficio, porque no debe perder nunca su esencia: contar lo que nadie más se atreve a hacerlo.