FEDERICO UTRERA. Matías Díaz Padrón, el historiador del arte, que desarrolló gran parte de su carrera en el Museo del Prado, falleció el martes 22 de noviembre o miércoles 23 (2022) a los 88 años: los periódicos no aclaran la fecha exacta como nunca supieron desvelar la de su nacimiento. He dejado pasar la torrentera de sentidos obituarios y sinceras necrólogicas para trazar unas pincelados de un hombre bueno que fue un escondido genio de su tiempo, al que tuve el privilegio de conocer y cuya amistad me honró siempre. De hecho, menos de un mes antes, concretamente el jueves 27 de octubre, tuve la oportunidad de conversar con él. Me encontraba en el Museo del Prado para un rodaje de Televisión y mantuve ese breve diálogo para interesarme por su estado de salud. Con la majestuosa dignidad que su elegante porte siempre transmitía, Matías me permitió hacerle una última visita. “Pásate una mañana cuando quieras, Federico”. Nunca se produjo el reencuentro porque ya no pudo contestar más el teléfono para fijar la despedida. Y con ella, el recuerdo del historiador de Arte más acreditado y controvertido del siglo XX en España.
Conocí a Matías Díaz Padrón por una feliz casualidad que nada tenía que ver con el mundo del Arte. Corría el año 1995 y yo buscaba fuentes históricas que recordaran la Transición política en el Archipiélago para mi primer libro titulado “Canarias, Secreto de Estado”. Su sorpresa fue tan mayúscula como grato nuestro primer encuentro: Matías fue fundador de “La Iglesia Cubana”, desenfadado movimiento juvenil antifranquista de chicos estudiosos de clases acomodadas que con humor, inteligencia, sensibilidad e irreverencia ponían en jaque a las autoridades militares y eclesiásticas de las Islas. Le hizo gracia a Matías que un joven periodista le entrevistara sin hablar ni una palabra de Arte ni del Museo del Prado. Y de esa perplejidad nació una relación entre maestro y alumno que se prolongó en Madrid durante un cuarto de siglo.
Tertulias en su espaciosa y elegante casa de la calle Montalbán a espaldas del Museo del Prado, visitas al Ateneo de Madrid, su segundo hogar, a la Fundación Moll, que se convirtió en mecenas de sus investigaciones, a Feriarte, donde los galeristas y marchantes temblaban a su paso por temor a que descubriera alguna falsificación o inexactitud en las atribuciones o autorías de obras… De uno de aquellos encuentros nació “El Prado según San Matías”, un extenso artículo donde me narraba 7 cuadros que había seleccionado en el Museo del Prado explicando lo que al ojo humano le resulta más difícil de ver. Porque, entre otras muchas cosas, Matías enseñaba a mirar.
Gracias a Matías conocí también al politólogo Antonio García Trevijano en una memorable cena de Jueves Santo que ofreció otra inteligente anfitriona de azarosa vida: Cristina Ordovás. Acudí junto a Matías Díaz Padrón y, desde su calidad de mayor especialista del mundo en Pedro Pablo Rubens, me introdujo en estos opacos y curiosos salones de la nobleza madrileña, palacetes del barrio de Salamanca que habitan entre elegantes servidumbres dieciochescas. Las vicisitudes y enredos entre Trevijano y la Marquesa de Ruiz de Castilla darían para otro relato de tintes novelescos, con Matías y yo como casuales testigos de cargo. Parece ser que el libro «Ateísmo estético» de don Antonio le cautivó tanto como a mí. Y además de otro artículo que rememora aquel encuentro, nació de él mi colaboración mediática con este otro genio de las Ciencias Políticas que también marcaría bastante mi vida en este ámbito de la vida social y política, que hasta entonces solo conocía por haber ejercido como corresponsal parlamentario viendo “los toros desde la barrera”, como suele decirse en el argot taurino. Nada que ver con lo que luego se cuece en la trastienda y que Trevijano me enseñó a escudriñar. Mañana segunda parte: Matías Díaz Padrón (Museo del Prado) por Federico Utrera (Majadahonda): obituario de un genio de la crítica de Arte y la investigación histórica (y II)